miércoles, mayo 14, 2008

Lo real

Hoy pensé en la increíble cantidad de cosas que desperdicio desde el punto de vista literario. Mi relación con Daniela, por ejemplo, es riquísima en poesía, la literatura se nos escapa por las orejas, brota de nuestros dedos, deseosa de ocupar el mundo; sin embargo la dejo ir. Engrandezco el momento y me inundo del acto, lo vivo completo, me abandono a su cadencia pero al momento de volver a la realidad no dejo una prueba en el mundo, no me decido a dejar, como decía Miller, "una cicatriz en el mundo".

Antes solía asegurar que mi deseo de trascendencia era nulo. Que la imposibilidad de no existir, de no ser en un futuro, volvía baladí el deseo de transgresión de la órbita propia. Sólo el reconocimiento y engrandecimiento del self serviría a los motivos de "llegar a ser el que se es", la aspiración de trascendencia a nivel histórico, exterior, sólo era una expresión deleznable de un egotismo infinito, a la vez una replicación de los deseos de superación de la imagen paterna mediante la construcción de un yo idealizado y puesto en escena como un símbolo, reemplazando la realidad personal invariablemente dirigida a la muerte y el olvido. (cuando hablo de la imposibilidad de no existir, lo digo casi desde un punto de vista físico, a la manera de "La Nausea" de Sartre)

Las culturas occidentales son las únicas en las que el yo permanece como parte importante de la realidad, la ecuación chomskyana del sintagma nominal+sintagma verbal+objeto resultando en la diferenciación figura/fondo, la puesta en crisis de la realidad para la aparición del yo, brotando desde la superficie en tensión e intentando dominarla. El induísmo ni siquiera tiene un vocabulario para referirse al yo, para nombrar el sujeto se debe recurrir a 6 sujetos distintos, el Kartr como soporte, Karman como objetivo, Karana como instrumento que lleva al resultado, Sampradaña como destinatario al que se liga el objetivo, Apadana como origen y Adhikarana como locación. Todo eso es reemplazado en el egocentrismo occidental por un YO, gigante, aplastante. ¿Será entonces necesario un desplazamiento del deseo de trascendencia desde el yo-sobrevivo hacia el yo-hago-sobrevivir?

Al eliminar el yo de la trascendencia lo que supera las barreras es superior a él, es una sustancia más pura y libre, puede juguetear con los albores de la creación y la poesía sin ataduras mortales, sin lastres humanos, sin cadáveres, cáscaras de un self inutilizado por la influencia de lo real, de la razón, de la ciencia, de la palabra. Pero eliminar el yo ¿En qué medida es posible?

Artaud ya lo intentó con el renacimiento, la elección del momento de nacer, del nombre, del padre, del cuerpo, de la familia. Pero necesitó suicidarse para hacerlo, inmolarse en el opio, la locura, la crueldad y finalmente se estrelló contra la pared de su individuo, despertando la misericordia de los cuerdos en una actuación final formidablemente terrible, donde bajó del dios-mago, del loco-genio a la decrepitud del anciano adicto y neurótico. El suicidio de la imagen por la prolongación de la obra, el renacimiento elegido para poseer la muerte, morir para que la obra renazca a su elección. Es entregar la vida, más bien es crearla a partir del suicidio. Expresión más pura y bella de la facultad creativa del caos y la destrucción.

Aun si llego a esa respuesta no puedo dar pasos seguros. La creación de un objeto artístico autónomo mediante la vía del suicidio es un acto final, un cierre a la existencia. Para poder expresar lo que vivo día a día necesito ser, al menos, el receptáculo de las experiencias. Jamás renunciaría a vivir, mi existencia es demasiado grande y mágica y hermosa como para acabarla en un objeto, como para expresarla en palabras. Hay estados de tal paroxismo poético con Daniela que no podemos sino llorar de felicidad, darnos de golpes contra las paredes y abrazarnos hasta enrojecer. A veces creo que debemos matarnos el uno al otro, que no hay en la vida algo tan grande como para equipararlo y nombrarlo en relación a esto, no hay metáfora posible; el signo se escapa, sólo se adquiere mediante intuición, es como un bosque lleno de ojos nocturnos, es la noche estrellada de Chesterton, un tótem simbólico que no remite a ninguna figura psicoanalítica, es vivir, vivir totalmente liberados, sonrientes, peligrosos, lejos de la realidad, en un estado mental alienado, maravillozo, surreal.
¿Podemos volverlo real por la palabra? ¿Debemos?

Un sueño: La intensidad que te ilumina al abrir los ojos tiene matices azules, suaves, penetrantes que parecen nacer desde el cuerpo nimbado en el que te ves habitando. El lejano viento juega presuroso con la cabellera, que recien reconoces y ya comienzas a extrañar, con la certeza lúcida del que conoce su futuro por un método incógnito. Tus extremidades, como infinitas sábanas agitadas por el tiempo, se extienden fuera de tu control recorriendo campiñas y bosques, sumergiendose en el mar para coquetear con las silentes anémonas, escondiéndose detrás de las rocas para meter de sorpresa sus dedos en las bocas de los delfines, emergiendo de un salto hacia el cielo para refrescarse con el aleteo del sol en sus cuerpos níveos. Tus ojos, ahora perdiendo la transparencia que los fundía con el índigo, se empecinan, un poco a regañadientes, en crear las murallas que acortan tus miradas, definiendo los hilos que se pegan a tu cuerpo y se tiñen de carmín, de ocre, de glauco en la consciencia del color que refleja el destello encegecedor del sol.