La casa era chica, súper chica, de esas casas de madera y sillones como desinflados, donde pegas un golpe y salta harto polvo que se queda en el aire todo el día y te puedes poner a ver figuras cuando estás aburrido un día domingo. Habían floreros de porcelana chica de esos de la feria y flores plásticas, y una tele que siempre estaba apagada. No sé por qué pero nos pusimos a tomar ahí, y quizás a fumar pero más que nada a tomar y a perdernos en el ritmo. Han sentido que una borrachera es como un tren que avanza y avanza y te mete por montañas y túneles hasta que ya no sabes qué estabas haciendo? He viajado muy pocas veces en tren pero me hacen pensar que las distancias deberían medirse en pálpitos, no sólo cuando hayan luces sino que todos los días porque ¿cómo va a ser lo mismo irme en bicicleta que en taxi?
Ahí me bajé del tren y todos como que despertamos.
Algún tipo de destrucción habíamos causado en la casa, la muerte de los geranios, la bola de pelos del gato, la taza trizada, alguna calamidad había sobrevenido por nuestra presencia y el castigo era irremediablemente severo, los castigos no pueden no ser severos bajo esa luz ocre y todos teníamos esa seguridad incrustada en nuestros corazones como si la culpa tomara forma de espina y nos bajara desde el lóbulo frontal por la columna, se diera una vuelta de carnero en la guata y nos entrara desde abajo en el ventrículo. Alguna vez han sentido a su propio cuerpo tratando de hacerles mal? qué culpa puede ser tan grande para que el suicidio sea inevitable? para que el suicidio sea involuntario?
Había que escapar por que el peligro era inminente y la culpa es más cierta cuando se está corriendo, es más cierta cuando te pesa en la espalda y te espera detrás de las esquinas. Todo salieron corriendo por el living, botaron la puerta y se lanzaron al piso, rodaron, dieron tumbos, se encharcaron los pantalones, se magullaron la cara y corrieron, corrieron como sólo se puede correr cuando te persigue un perro o la ausencia de un perro y sientes que el corazón te explota y bien en el fondo de la guata la espina te revienta y no sabes de dónde pero la emoción es felicidad y te sientes vivo por un segundo, un segundo bien largo y lento y vivo.
Pero yo no.
Yo me tenía que quedar ahí, no alcanzaba a salir, la puerta ya no daba, se había vuelto chica, no tenía cómo correr y de la sombra del pasillo ya se adivinaba algo, o la misma sombra se iba volviendo otro algo y se extendía de a poco para alcanzarme o alcanzar a lo que fuera que quedara en la pieza porque se supone que aún me encontraba fuera de su vista. Así que me subí a una silla, y la silla se subió a la mesa y le saqué un panel al cielo y me trepé por ahí, temiendo a cada centímetro la posibilidad de arañas, y cuando estuve arriba sólo vi madera y fibra de vidrio y mucho blanco liso y me encontré inevitablemente atrapado, pavorosamente atrapado. Así que sólo pude forzar la situación y golpee el techo, le pegué un combo al cielo y mi mano atravesó milagrosamente con la sensación de estar atravezando algo vivo, o hecho de un millar de pequeñas cosas vivas y sentí al instante la frescura de la noche que ya no tenía luces naranjas pero sí mucho púrpura y me descolgué y corrí, sin mirar atrás pero con el miedo de la sombra siempre presente.
Ahí llegué a una encrucijada, aparentemente los pacos nos buscaban y yo me hice el hueón no más, me crucé entre la gente como que yo iba caminando, y había tanta tanta gente y tuve tanta tanta suerte que logré pasar, e iba bajando hacia el metro hasta que un paco me para y me hace preguntas. No sé qué preguntas pero mi excusa era perfecta, mi vestimenta ideal y mi nombre gringo así que el paco me dejó ir, además que justo ahí llegó un gringo de verdad, un gringo que me había estado joteando antes y que era súper rubio y largo y flaco pero feo, no realmente feo pero con un rostro que denotaba muchos monstruos en su interior, como una sed de venganza o una tristeza infinita, una tristeza con colores musgo.
Bajamos las escaleras mecánicas con el gringo que me pedía el teléfono y otras gentes que también habían zafado. Llegamos al fondo y el teléfono se me cae, era viejo y monofónico y apenas toca el suelo se pone a temblar, y luego ya es terremoto y yo que me quedo un buen rato pensando en que era la primera vez que estaba bajo tierra cuando la tierra se movía, y ahí más imágenes de centrífugas y de monedas brillantes aunque probablemente no era la primer vez que estaba bajo tierra.
Y si se cae todo y me muero con este gringo triste?
Ahí sonó la alarma.