¿Habrán sido felices los ascensoristas en su vaivén vertical eterno? Llega a las 6:45, calienta el café, el té, el mate, depende donde se encuentre y quién sea, variables tan explícitamente dependientes que es un exceso hacerlas explícitas. Escucha un rato la radio, se ríe, saluda a un cojo, o un enano, los edificios tienen una serie de personajes, habitaciones, entreveros, puertas secretas, salmos, subterraneos, totalmente vedados a los comunes, a los elevados, dónde habrá ido el ascensorita antes de calzarse el sombrero y colocar el sillín a la altura justa, ensayar la sonrisa, comprobar su aliento. ¿Cuántos libros se habran escrito en un ascensor? ¿Cuántas confesiones? ¿Cuánto toqueteo sigiloso de un pecho? ¿Cuántas ascensoristas? ¿Cuántas preguntas? ¿De dónde habrá salido la muerte, la envoltura de cristal que envuelve a la muerte y la vuelve impenetrable, la armadura enemiga del espejo, de la historia, de los ascensoristas?
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