Escribir escapando a lo que debo, brioso y con las patas entumecidas, las manos congeladas y la mirada perdida, explotado el seño en el reflejo del vocablo: la inmensidad del camino del freno onírico y el paréntesis de piedra.
A tomar la tierra, los pétalos metálicos de la tierra y sus efluvios corales, la tierra y su locución de valle sombrío y su grito incontestable. El subterráneo límpido de la palabra en el azur oneroso, en el ocre que es bálsamo de tiempo para la mirada que sigue perdida, que se encuentra, se halla se aprehende y prende de las pestañas salvajes, escupitajo viril de un semental señero...
(la bala perdida, una abeja despotricando contra el techo de la habitación en penumbra (el tópico de la penumbra es recurrente, como si no quisiera escapar de la confusión de lo que no puede verse, de la afirmación de lo que se sugiere estéticamente más claro y hermoso que lo nos asalta con su reflejo, de aquel brillo que no le pertenece sino porque le fue otorgado, desde una mano gentil que presiona el interruptor que lleva a la creación (¿y así son también las palabras no?, preguntó el tipo que estaba programado para preguntar, justo antes de recibir el disparo mortal en la cabeza, y salir de si mismo en un efluvio de colores y sonidos inexplicables, en una belleza de sinceridad pura que lo transportó por un instante a lo más iluminado de la luz, allí donde el loto y los calvos juegan a la pelota tresvecespordia.
¡NO!, respondió el tipo programado para responder, mientras sus ojos se enrojecían por el humo de la pistola en la mano del tipo programado para disparar.), pero no lleva a la creación. Aquello está en el acto mínimo, en la conciencia de la distancia de mis labios a los tuyos o en el calor de mi deseo por acortar esa distancia, todo menos penumbra) la bala que se encontró en su identidad de mosca desaparecida, en su territorio de abeja transportada. La bala encontrada, disparada)
O apuntar con la boca, dirigir la ley de la prosopopeya a donde nadie le importe, a donde no sirva ni se sirva de quienes pretenden servirla en el banquete del cinismo; en la jugarreta verbal que es escribir sobre escribir, aportando más aire al desorden impávido-ingrávido-histérico de lanzar a manotazos el barro sobre las paredes.
Ese recordar con todos los músculos del cuerpo
apretar las sienes intentando asir, la transparencia
Oráculo de sentidos quemados, borrados, violentos
morir, angelicalmente, en la pretensión de vivencia.
Te lanzo así,
elocuciono     canto         grito        rezo    
                  declamo        pregono         fraseo         conjuro
       
Grito...
    ¡Grito en los oídos de todo el mundo!
Me meto los dedos a la boca y la hago crecer, la aumento, me vuelvo un gigante puro labios y dientes y lengua y garganta e inhalo... todo el aire del mundo inhalo para lanzarles un grito que los deje de rodillas
que los saque de sus rodillas como si fuera un martillo, un martillo megatónico decibélico
que los deje por fin abrir sus ojos
y fin.
domingo, diciembre 14, 2008
A lo que debo...
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1 comentario:
No es mi tipo.
otrolio.
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