"Quisiera mirarte larga y ardientemente, levantarte el vestido, hacerte mimos, examinarte. ¿Sabes que apenas te he mirado? Estás rodeada aún de una aureola demasiado sagrada. No sé cómo decirte lo que siento. Vivo en una perpetua esperanza. Llegas y el tiempo se esfuma como un sueño. Hasta que te has marchado no me doy perfecta cuenta de tu presencia. Y entonces es demasiado tarde. Me aturdes. Intento imaginarme tu vida en Louveciennes y no puedo. ¿Tu libro? También eso me parece irreal. Sólo cuando vienes y te miro, la imagen se hace clara. Pero te marchas tan de prisa que no sé qué pensar. Sí, veo la leyenda de Poushkin claramente. Te veo en mi mente sentada en ese trono, rodeado el cuello de joyas, sandalias, grandes anillos, las uñas pintadas, una extraña voz española, viviendo una especie de mentira que no es tal sino un cuento de hadas. Es una pequeña Anaïs bebida. Me digo a mí mismo: "Ésta es la primera mujer con quien puedo ser absolutamente sincero." Recuerdo que dijiste: "Podrías engañarme; no me daría cuenta." Cuando ando por los bulevares pienso en eso y me es imposible engañarte; sin embargo, me gustaría. Quiero decir que no puedo ser absolutamente leal, no está dentro de lo que soy capaz. Me gustan las mujeres, o la vida, demasiado... No sé cuál de las dos cosas. Pero ríe, Anaïs. Me encantaría oírte reír. Eres la única mujer que tiene un sentido de la alegría, una sabia tolerancia; no, es más, parece que me instas a que te traicione. Por eso te amo. Y ¿qué es lo que te lleva a hacer eso, el amor? Es hermoso amar y ser libre al mismo tiempo."
H&J.
- A.N.