domingo, marzo 28, 2010
Desapariciones, Dos.
Ella tenía la capacidad de aparecer de las maneras más inimaginables al abrir la puerta. Se me hacía a un bufón que se viste para un acto cotidiano, sin ninguna importancia, sin saber que podría poner en riesgo su vida o esa cabellera tan abundante. Aún recuerdo la vez que me abrió con la cara pintada blanca y traje a rallas, la conversación de ese día versó sobre gatos y caracoles pero sólo a base de gestos. Creo que apenas nos entendimos. Solamente la conversación y la taza de té, que nos hundía como en un pozo lentamente, donde nos movíamos de una forma parecida al letargo mañanero, desesperezándonos de la realidad para llegar poco a poco a un estado de movimiento innecesario; un estado, sin embargo, mucho más fluido, más rápido. Girábamos interminablemente en la taza de té tibia, nuestras palabras se mezclaban y confundían formando incoherencias. Parecíamos disfrutar de explicar todo de una forma lo suficientemente enrevesada hasta que el entendimiento de la misma fuera innecesario, que ganáramos la sustancia del concepto por una especie de decantamiento metalingüístico que nos permitiera flotar en ese universo mental libremente, asimilando todos los conceptos a la vez o simplemente quedando al libre albedrío de los mismos, siendo embestidos en todas direcciones por estos signos sin sentidos, estas sensaciones que al final nos hacían doler la cabeza de tanto rebotar dentro.
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