jueves, septiembre 10, 2009

Bitácora de extraña #3


El dramatismo se nos hizo poco cuando, sopesando las posibilidades, decidimos que las opciones eran sacarnos la ropa o morir. Como la muerte volvería menos pura (o groseramente pura) la experiencia que suponíamos estar teniendo, lanzamos al aire los vestidos.
Los latinos tenían nudus para significar "sin ropa". No deja de asombrarme esa capacidad de hacer aparecer la imagen sonora frente a las imprecisiones del habla. La lengua pronuncia desnudo y el latino de mi interior imagina un desropado sin ropa (prefijo des, indica oposición), alguien dos veces despojado de la vestimenta, como si los dioses le impusieran una tarea imposible sólo para probar el equilibrio que supone la inmortalidad. Lo cierto de todo esto es que estábamos en ese estado, así, un poco nudus, un poco despojados de las ropas mojadas (molliare, me sopla el latino vulgar), pálidos y tiritando bajo el calor risible de una ampolleta de 100 watts.
La lengua estaba limpia, sin rastros de nada que antes hubiera pasado por ahí y deseaba seguir en ese estado de existencia, los músculos se sabían fríos pero no atinaban a enviar los mensajes necesarios para dejar de estarlo; los actos que se sucedieron fueron resultado inmediato de la decisión lúcida que partió con el recuerdo de una toalla en mi bolso, que continuó con lanzarse a la cama y cobijarse en las sábanas, que se vulgarizó al tomar la cámara análoga y disparar a todos los nortes.
Podría llamar pasividad a ese momento, podría llamarlo paz, etiquetarlo despreocupadamente con una cinta de colores fuertes que rezara liviandad, gritarle en las orejas su nombre: cavidad benéfica, tapa de hojalata, pata de paloma oxidada y colmillo de roedor sediento. Podría, puedo, pude decir un centenar de palabras que llenaran cuadrículas de realidad, que conformaran un ejército de sentido y narratividad mágica, volviendo un sinsentido la penumbra cadenciosa que conformaban los nuevos tonos del rock matemático y la proximidad del nudus, pero la declinación del túnel de la realidad, por la distancia que me alejaba de su entrada, se me hacía una droga irrenunciable. El paracaídas estaba abierto y podía dedicarme a caer (des/esperadamente caer, tristemente, aleteando y con la nariz empeñada en subir, en alejarse de ese des/tino irrevocable que la gravedad disfruta con una sonrisa cínica, oponiendo su des/formidad universal a nuestros cuerpos sin leyes, des/organizados, sucios a fuerza de restregarse los ojos con pezuñas usadas, de lagrimear estúpidamente una plegaria vacía a unos dioses des/carados: EX NIHILO NIHIL FIT
- Cállate, tus partículas me duelen en la cara, tus raíces se propagan por mi campo y me retuercen las begonias, me asesinan los alelíes...
A FRUCTIBUS COGNOSCITUR ARBOR
- No se conoce a nadie por nada, estás burlándote del frío y la felicidad que sentía. Te dedicas a banalizar, tomas tu bastón y me golpeas. Yo, un hecatónquiros bajo tu red semántica de des/precio, de Canta, oh musa... pero eso ya es griego, y tu ya no estás, cíclope verborréico.) en una pausa prolongada y agradable.

Fue ahí que las estructuras mentales comenzaron a ser caracoles, el tiempo se nos fue por la borda, capitán, y la luz de la aurora nos bañó de manera poco agradable. Fue ahí que soñé con el dibujo de los tigres, con la cabeza acromegálica, con la muerte en el espejo y con unos labios que manaban toneladas de sangre, fue ahí que soñé que des/pertaba, des/perdigado, des/asido, des/olado.

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