miércoles, septiembre 16, 2009

Correspondencia

Cuando abrí el sobre no pensé, no quise, el papel era demasiado blanco y la caligrafía enervantemente delgada, Qué podrá ser, no tengo parientes ni amigos, no tengo cuentas susceptibles de estar impagas, jamás habría cometido un asesinato ni un robo, simplemente estoy aquí, con la cabeza debajo de mi almohada esperando que la tarde pase sobre los árboles no muy grandes, por mi jardín no muy verde y mis ojos profundamente cerrados. La carta lleva un membrete que no logro identificar, que no quiero leer, tiene un tamaño impropio, ni muy grande ni muy pequeño, pero lo suficiente como para tener que acercármela a la cara, oler levemente la fragancia de la mano que se cuidó de poner la estampilla, estampilla con contiene un paisaje que ignoro, pero que abarca tonos y formas que me ponen los pelos de punta, unos árboles como los míos, unos ojos como los míos.
Casi puedo visualizar la lengua pasando por el pegamento, lentamente, empezando por la punta, despacio, no vaya a lastimarse, No, cómo se le ocurre, llevo años en esto, volviendo cada segundo a la seguridad tibia de la boca, para hidratarse y retornar con renovadas fuerzas a la lucha, al cortejo, con el dulce pegamento que dejará un sabor por el resto del día, que viajará kilómetros a una casa indeterminada con techo rojo y claveles en el antejardín para besar apasionadamente a un esposo indiferente, a un amante lúdico, a un espejo vacío con mirada tenue y triste.
Alcanzo el abridor de cartas (¿tengo un abridor de cartas?) y lo sostengo un par de segundos frente a mis ojos, La mente humana actúa en un ritmo que no calza con las acciones, hay un dejo de esperanza en cada movimiento, que intenta resguardar la fragilidad incógnita del acto como expresión pura de realidad, despojada del sentido irremediablemente contaminado por periódicos viejos, chimeneas agónicas y desayunos solitarios frente a un plato vacío, un plato de nada.
Deslizo el cuchillo por el pegamento, como si fuera la lengua misma, una contraparte metálica, un correlato biónico de la humedad reemplazada por lo gélido, con el rasgo compartido de mi palpitar y su palpitar: un solo discurso, cortado en dos puntos por estas acciones soberbias de cerrar y abrir, palabras cuya llave debiera otorgarse sólo a deidades o elementos vegetales, retazos de nube, madrigueras de ratones. Opone poca resistencia, se abre de golpe, logro ver un par de letras manuscritas en una tinta negra profunda, respiro profundamente una y otra vez con el sudor recorriéndome el cuerpo.

Lentamente unos dedos comienzan a salir del sobre, delicados, las uñas con esmalte rojo, bien cuidadas, perfumadas, hidratadas, suavizadas. Me acarician lentamente las falanges de la mano, con una calma intensa que me recorre el cuerpo, ya la muñeca está afuera del sobre y el antebrazo intenta mostrarse, lozano y descabelladamente blanco.
Por un segundo dudo. El resto de los segundos le di mi mano, y así estuvimos, así nos quedamos, entrelazados.

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