jueves, octubre 30, 2008
Comunicación
La delicada línea que limita mis labios se aproxima a un movimiento. Comienza pensándolo, especulándolo, madurándolo lentamente. Las fuerzas las junta no sabe de donde pero se acercan y se acumulan juguetonas en torno a una porción de piel, a un músculo perezoso que comienza a animarse con la fiesta; que levanta sus brazos diminutos y se saca la modorra de los ojos lo más rápido que puede, mientras intenta escuchar las conversaciones y cánticos que ya están que desencadenan el baile, dando la impresión de que está todo como apunto de caerse por un precipicio. Los vecinos se despiertan asustados y, una vez enterados de todo, comienzan a embutirse en calcetines y faldas y pantalones y camisas con arrugas, mientras el tiempo ya no alcanza ni para ponerse un poco más de la colonia nueva que nos llegó del Asia Pacífico quién sabe cuando, pero que igual permite que nos perciban a cuadra y media de distancia las narices menos expertas. Las luces de la manzana se van prendiendo como si de bomba atómica se tratara con neutrones de aquí para allá, quién sabe por qué estimulo divino. El punto es que ya todos están despiertos y empolvados y en sus zapatos; todos aproximándose vertiginosamente al movimiento que nunca sabemos en que va a terminar. Se alistan los simulacros de sonrisas, los pasos de baile están a punto de ser dados y la expectación en todos lados es tanta que casi, casi se nos desmaya uno que otro y Luchito que no puede más y que va a pedir agua, pero nadie pide nada porque la línea ya está vibrando, apunto, apunto, apunto de moverse y todos al borde del llanto y la histeria hasta que nadie aguanta más y nos movemos todos. Casi al mismo tiempo y en diferentes direcciones estallan risas, llantos, bailes, caídas, toses, eructos, besos, caricias y etcéteras conformando una de danza clásica que ya te quisieras. Luchito que pide el agua y Pancha que hace la que no sabe, en tanto Luís y Fermín se ven separados por distancias infranqueables mientras a la línea ya no hay quien la pare en su movimiento febril y que nadie-pero-nadie entiende pero que tú y yo sí. Y tú me miras mientras pronuncio tu nombre lentamente. Ves la gota de sudor cayendo por mi rostro, el cansancio increíble de mis ojos por el esfuerzo sobrehumano de conjurarte. Y de pronto entiendo que entiendes. Me relajo y se relajan y todos entendemos que entiendes. Que la palabra te crea y nos crea frente a ti que no necesitas de esas cosas, que simplemente te me vienes encima con un beso dulce y casi irreal. Y te miro y nos entendemos, sé que nos entendemos.
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¿Cómo expresarte? ¿Cómo volverte letra, si ya no haces más que mezclarte en todo lo que escribo; si poco a poco vas extendiendo tus pétalos y tus tallos y te empeñas en enverdecer todo lo que pinto? ¿Cómo sacarte de mi literatura si tus raíces están cada vez más cerca de su médula? ¿Cómo arrancarte de mí cuando has anegado mis venas, te has metido por mis poros y has brotado en mis huesos, has nublado mi vista e invadido mi paladar?
Te temo, te escapo, te violento y aun estás ahí. Dulce ilusión mía ¡Aun estás ahí!
Mi única salida (conjurarte en el texto, controlarte en la palabra, volverte dócil en el lenguaje y juguetear contigo en los inocuos campos del discurso) ya no es útil. Tus extremidades salen de mis hojas y me atacan, la tinta de mis lápices se subordina a tus designios y baila bajo mis ojos. Mis discursos todos me apuntan con el dedo y se ríen ¡Me lanzan baldadas de lodo y se ríen!
Mientras tú te me apareces al frente como si nada pasara con tu cigarro entre los dedos y tus labios carmín y ¿qué más me queda?... en nombre del tiempo mismo ¡¿qué demonios más me queda que ofrecerte fuego, un beso en la mejilla y un alhelí?!
Una foto saliendo como desde otro mundo dado lo anterior del momento tomado (y más anterior ahora, q es años despues del último) y las diferencias fundamentales que la encarcela en un estrato distinto, en una aglomeración un poco más burda y hermosa de parametros normadores. Hoy hablaba con alguien de rebotar en las paredes autoimpuestas como única norma posible de avance o retroceso. El acto de rebotar implica mucha energia como tal. Pero realmente lo más descabellado del caso es la necesidad imperiosa de elegir entre las millones de combinaciones posibles para rebotar de tal o cual manera. ¡Pero yo quería esta!, ¡Y esta!, ¡Y esta!... descabellado y por muchas otras razones hermoso, fragil y emocionante es el acto de elegir, de avanzar con un tricordio en una mano y una espada en la otra lanzando heridas y disfrutes a todo quien se nos cruce. La invariabilidad de la vida y la tontería del ser se nos presentan como si fueramos jueces divinos y piadosos. ¡Pero no podemos escapar hacia el solipsismo!, aunque la perspectiva de la relativización total en función del ser como yo-ser puede ser hermosa y práctica a primera vista no podemos abandonarnos simplemente evadiendo una sociedad que reclama sedienta nuestras entrañas. El ser-en-el-mundo, el dasein, aunque poco desarrollado realmente por Heidegger en su estructura ser-mundo, nos muestra una realidad que en este momento me parece ineludible (o quizás si, pero... eludible a qué?), la sociedad nos arranca pedazos, los tritura en sus fauces indómitas y los regurgita en un bolo de apariencia desagradable y putrefacta: ¡pero es nuestro bolo!, somos nosotros en nuestro ser más completo, la dependencia del yo y del super-yo son prueba fehaciente de ello. Los metarelatos nos han abandonado dejandonos casi en el aire, dejando un vacio angustioso que se siente como ausencia y como ex-presencia. Lo más facil es caer pero, debemos? "No somos más que la suma de todos nuestros actos". Error, somos la suma de nuestros actos y de los del resto del mundo. Aunque tan equivocado quizás no... creo que en las etapas últimas todo se mezcla armoniosamente, todo es divinidad y mugre.
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miércoles, octubre 29, 2008
Hoy hablo desde el otro, porque ya es tiempo de que el otro se canse de hablar desde mí y para mí y para él, ya es tiempo de que yo hable para mi desde él, porque la verdad ¿Que podría yo llegar a ser si no puedo ser desde él el que soy? Y aún más importante, ¿Por qué calles podría yo caminar, por qué vacios podría yo divagar si no fuera él el que realmente caminara desde y para mí? ¿Donde llegaremos los dos en este ir siempre hacia uno, en este venir siempre hacia los dos?
Rescatando
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sábado, octubre 25, 2008
Me da risa esa forma que tienes de irte
con una conviccción silente
un abandono a la respuesta, a la comunicación
una forma solitaria de quitarse
de todos lados
como si negaras el derecho de quedarnos en el mismo lugar
cerrar el espacio, apretar el gatillo
desaparecer, desaparecer así no más
en un velo en un adios en un pasillo
llevada por tu sentencia final de verdugo
a una profundidad de retazos oscuros
Desprecio la rima involuntaria del final
pero es así como suceden las cosas ¿no?
las cosas y las despedidas.
con una conviccción silente
un abandono a la respuesta, a la comunicación
una forma solitaria de quitarse
de todos lados
como si negaras el derecho de quedarnos en el mismo lugar
cerrar el espacio, apretar el gatillo
desaparecer, desaparecer así no más
en un velo en un adios en un pasillo
llevada por tu sentencia final de verdugo
a una profundidad de retazos oscuros
Desprecio la rima involuntaria del final
pero es así como suceden las cosas ¿no?
las cosas y las despedidas.
Mensaje de texto a Catherine
El pueblo se remece
en la inscripción sobre el muelle nocturno.
Asegurar debemos la constancia
la palabra y el sentido del mango de hacha.
Toma tres cuentas de rubí
y acércalas a los zócalos de la tierra.
La respuesta será sublime,
la voz vendrá de los pasos y no
deberás correr, Catherine,
hacia mi, no deberás jamás correr.
en la inscripción sobre el muelle nocturno.
Asegurar debemos la constancia
la palabra y el sentido del mango de hacha.
Toma tres cuentas de rubí
y acércalas a los zócalos de la tierra.
La respuesta será sublime,
la voz vendrá de los pasos y no
deberás correr, Catherine,
hacia mi, no deberás jamás correr.
Tengo un vacio de abrazo desarraigado. En la imposibilidad y la potencia desarraigado. Como si tomado en puñados, mordido, aplastado con la furia inyectada de sangre de un moribundo, con la melancolía infinita de un moribundo en la puerta del callejón cerrado. Soy el grito más fuerte del valle pero se me enredan piolines desechos, pelusas acabadas, patas de paloma y susurros quejumbrosos. Choco con la pared malsana y gelatinosa de la imposibilidad total, de la enemistad y la distancia y me lacero los brazos con la indiferencia infinita de lo no comunicado, la indiferencia de lo que nace de la boca sorda con aspiraciones corales. La aspiración de las silabas infinitas de tu nombre y el mio en ese otro choque; el que es una daga en el cuello, el que nos deja las cabezas colgando, amarradas la una a la otra, en una figura caótica y hermosa de la verdad. La palabra que nos crea, esa dicha en plural. Esa que todo lo troca en todo.
viernes, octubre 24, 2008
La faz del trabajo
Siempre llega el momento. Justo despues de aquel otro que parecía ser la confirmación del exacto opuesto del que sucede justo ahora. Y es que no podemos pensar que la realidad nos va a calzar así como los jeans desgastados o el anillo al dedo. Pasa que miras el pedazo de realidad en que estás inmerso y en donde debes escribir un par de vocablos que en algunas mentes significarán pájaroverde, manzanazul, cuelloespalda-besopiel y en otras serán letras cirílicas, aproximaciones en esperanto a un concepto que parece estar ahí tocándonos las nariz. Pero no habrá nariz ni aproximación.
Decía entonces del momento.
Es cosa de ponerse una gorra que jamás hayas visto, ¿no?
Es sólo derramar la tinta y firmar -dirá otro.
Quizás es cosa del vino y la inconsciencia, si conscien.
Se me cae el muro de los lamentos encima, en una súplica de coraza verde. Me susurra al oído una plegaria pastoral que encierra obscenidad. Me ilumina el foco sobre la tumba del poeta inquisidor. Sus ojos me miran en desafio y en pena, menos en desafio.
A veces me gusta sacar un lapiz del bolsillo y desnudarme frente a una fuente vacía, colgarme, pegarme, a una estatua de piedra y simular una victoria helénica o una masacre de pueblo originario.
A veces dejar la espada en el suelo y ofrecer mi pecho como un bosque poblado, irsuto y cerrar los ojos en rendición sincera.
A veces el texto no es un fragmento.
Decía entonces del momento.
Es cosa de ponerse una gorra que jamás hayas visto, ¿no?
Es sólo derramar la tinta y firmar -dirá otro.
Quizás es cosa del vino y la inconsciencia, si conscien.
Se me cae el muro de los lamentos encima, en una súplica de coraza verde. Me susurra al oído una plegaria pastoral que encierra obscenidad. Me ilumina el foco sobre la tumba del poeta inquisidor. Sus ojos me miran en desafio y en pena, menos en desafio.
A veces me gusta sacar un lapiz del bolsillo y desnudarme frente a una fuente vacía, colgarme, pegarme, a una estatua de piedra y simular una victoria helénica o una masacre de pueblo originario.
A veces dejar la espada en el suelo y ofrecer mi pecho como un bosque poblado, irsuto y cerrar los ojos en rendición sincera.
A veces el texto no es un fragmento.
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domingo, octubre 19, 2008
Sobre la ausencia
o
El nacimiento de la palabra no dicha.
Basta enfrentarla mirándola a los ojos, guarecerse bajo el techo indiferente de su presencia mientras te pones el ropaje del aquí-no-pasa-nada para notar que algo no va bien. La inspección detallada de su semblante te comienza a poner los pelos de punta. Esa forma avasallante de establecerse como otro, arrebatando un espacio que veías otro pero sabías tuyo, altera tu ánimo, te pone en frente un montón de paredes prácticas desde las que emprendes el cuestionamiento de la máscara que te cobija; y eso que esto aún es el segundo atisbo.
Una vez eliminado el proceso de reconocimiento y desligación corporal, te asalta una presión que no creías posible. Tus aspiraciones de llanero solitario o gaucho despreocupado caen primero y comienzan a llevarse consigo, al principio, tu timidez frente a ti mismo, y luego, una serie de apreciaciones establecidas como hitos en tu historia lineal, que terminan por convencerte de que aquella cuenca vacía frente a la que la distancia te puso, aquella rutina siempre en mutación a la que te tiene acostumbrado el objeto sin distancia que ahí solía posarse, que ahora se dibuja como recuerdo acalorado y lentamente va pasando a aspiración neurótica, aquella cuenca que acusa la desesperante ausencia puesta frente a ti… es, está (nadie sabe por medio de qué transposición intergaláctica o capricho nigromántico) en ti.
El problema de que tu ausencia se vuelca entonces a la operación de sacarme pedazos y pedazos mediante la gigantesca y cruenta zarpa de sentirme extrañándote, a cada letra de palabra escrita, a cada soplido de burbuja o deseo incontrolable de abandonarse al grito silencioso.
Millones de brazos se lanzan en una búsqueda desenfrenada para pillarte en este juego tan sadomasoquista y bélico en el que nos metimos. Las lógicas se desnudan para quedarse muertas a nuestros pies; porque ya nada funciona. Los sabores se van eliminando de a poco frente a lo imposible que se vuelve compartirlos con tu lengua tan lejana. Las visiones del mundo se entristecen e intentan transformarse en una especie de mnemoteca ambulante en mi conciencia para ver si puedo llegar a recrearlas mientras tomo fuerte tu mano, mientras deslizo lentamente mi dedo por tu vientre, apenas levantándolo para construirte una segunda piel, solo mía frente a esa piel que es también mía.
De puro egoísta y pendejo te construyo segundas partes para tener más y más de donde alimentarme, para anegarme aun más de ti… y es que no me canso.
Toda esa construcción, todo lo que eres y eres para mí comienza a rodearme. Me sube desde los dedos de los pies hasta pegárseme a los labios, hasta envolverme y arrastrarse por mi garganta como si serpiente blanca, como si gusano multicolor, como ahogarse en un té de frutillas con una sonrisa y un beso. Y esto que me sube endulza todo al contacto y vuelve el exterior cada vez más amargo, por contraposición, ya sabes… ya sabes. Porque si no estás aquí, dónde hallarte sino en lo que de ti queda en los vellos de mi cuerpo, en los bordes de mis labios y en la desesperación de mis dedos que sin ti no tienen ocupación. Mi cuerpo te reclama, como si no estuviera contento sin poder mirarse junto a ti, en esa amalgama tan hermosa que son nuestros cuerpos entrelazados, nuestros alientos danzando por la habitación inundada de la luz que nace de nuestros ojos frente a frente, de nuestros juegos de cíclope, y ese incienso voluptuoso y único que se impregna en mis paredes y mis ropas, en mis labios y mis recuerdos.
La mera aproximación a eso que los dos somos, a eso en lo que devenimos al momento en que nuestras lenguas hacen contacto una con la otra, y sus ataduras se rompen y empieza algo ya fuera de nuestro control, algo que se asemeja más al clamor de una deidad que al abrazo mortal, la mera aproximación a eso me entierra un gigantesco puñal por todo el cuerpo, me hace desearte instantáneamente y como un orate y me arroja a la impotencia de no poder de hacerlo. De tenerte sólo como esa ausencia frente a la que me enfrento, ahora con los brazos caídos y en espera del golpe de gracia, sólo como esa ausencia que se hace presente en la mutilación de mi cuerpo y mi mente, esa ausencia que sólo me queda trocar en esperanza de su propio fin.
martes, octubre 14, 2008
Paraiso Perdido (o el conflicto de las puertas)
A las ocho de la noche salía de su departamento en el céntrico barrio Bulnes vistiendo ropas ligeras. Llevaba en los bolsillos unos cuantos pesos, un poemario pequeño de Milton y un manojo de llaves. Enfiló hacia la banca en la que se juntaba con sus amigos y esperó un par de minutos mirando el cielo púrpura de las luces santiaguinas. Tenía catorce años y la inquietud despreocupada de quien quiere sentirse vivo.
Bastaron un par de minutos para que apareciera Gonzalo, de trece años y Pepe, cinco años mayor. Traían sonrisas grandes y un paquete de cigarrillos que compartieron en ese momento.
El plan era reunirse con tres muchachas de los alrededores y acompañarlas con un par de cajas de vino. Sólo Pepe las conocía y se encargaba de exaltar sus virtudes femeninas. Advertía que una de ellas sólo poseía una discreta sensualidad pero que la suerte y el talento decidirían por ellos quién se quedaría con quien.
Se dirigieron primero a la botillería. La más conveniente estaba llegando a avenida Matta, en territorios de una pandilla a la que de ninguna forma podrían enfrentar, pero la noche estaba para cosas grandes así que decidieron tomar el riesgo. Afortunadamente no tuvieron inconvenientes. A lo lejos vieron un enfrentamiento entre un grupo de jóvenes y apuraron el paso, pero ya nadie podría alcanzarlos.
Pasada media hora llegaron al edificio de las chicas. Se hicieron las presentaciones y supieron que debían llamarlas Morena, Claudia y China. La última era la menos agraciada y pareció prenderse inmediatamente de Gonzalo, quien tenía la fama del más apuesto. Las otras parecían tímidas pero tenían la voluptuosa mirada de quien ya se adivina mujer, y el cuerpo para legitimarlo.
Estaban decididos a reunirse en una plaza si no aparecía la casa de alguien, pero la suerte les hizo de esos regalos que nunca terminan de creerse: descendiendo desde el departamento de una de las chicas, encontraron uno con la puerta en condiciones que les extrañaron. Uno de ellos se acercó y con un simple impulso logró abrirla. El lugar estaba inhabitado y carecía de mueble o servicio básico alguno.
Eufóricos ingresaron. Riendo descontroladamente al punto de lanzarse al suelo. Aseguraron la puerta lo mejor que pudieron y empezaron a abrir las cajas de vino bajo la luz tenue de sus cigarrillos encendidos. Varios litros y cajetillas más adelante, se animaron a jugar esas excusas para terminar besándose sin control ni compromisos. Primero retraídamente iban quedándose más tiempo de lo normal en los ojos del otro, la duración de los besos iba creciendo exponencialmente y comenzaban a utilizar la imaginación excitada por la gran casa vacía para repartirse por las habitaciones. Gonzalo y China ya rodaban por el piso del living sin preocuparse por nada, perdiendo prenda tras prenda. Claudia y Pepe se besaban aletargados en la cadencia dulce del vino, rodeados por las cajas vacías. El otro y la Morena tenían sus cuerpos y bocas unidos en un abrazo brioso sobre el asiento del baño.
La noche transcurrió lenta y les dio tiempo a todos para separarse antes del amanecer. Sin un beso o siquiera una mirada distinta de la que se dieron al conocerse, volvieron presurosos a sus respectivos hogares.
Él subió casi corriendo las escaleras de su edificio, emocionado por los hechos recientes. Se plantó frente a la puerta y metió las manos en sus bolsillos. Fue ahí donde la fatalidad lo alcanzó: en sus bolsillos halló apenas el escrito desvencijado de Milton. Ni rastros de las llaves, tampoco dinero alguno. Su padre tampoco despertó por más fuerte que golpeara
El manojo que abría su puerta jamás lo volvió a ver, tampoco a la Morena o a ese departamento de fantasía. Durmió esa noche arrojado en las escaleras y leyendo el poemario, antes de dormirse alcanzó a terminar un fragmento: “Aquellas llamas no despedían luz alguna; pero las tinieblas visibles servían tan sólo para descubrir cuadros de horror, regiones de pesares, oscuridad dolorosa, en donde la paz y el reposo no pueden habitar jamás, en donde no penetra ni aun la esperanza.” Se cerraron sus ojos y ahí quedó.
Bastaron un par de minutos para que apareciera Gonzalo, de trece años y Pepe, cinco años mayor. Traían sonrisas grandes y un paquete de cigarrillos que compartieron en ese momento.
El plan era reunirse con tres muchachas de los alrededores y acompañarlas con un par de cajas de vino. Sólo Pepe las conocía y se encargaba de exaltar sus virtudes femeninas. Advertía que una de ellas sólo poseía una discreta sensualidad pero que la suerte y el talento decidirían por ellos quién se quedaría con quien.
Se dirigieron primero a la botillería. La más conveniente estaba llegando a avenida Matta, en territorios de una pandilla a la que de ninguna forma podrían enfrentar, pero la noche estaba para cosas grandes así que decidieron tomar el riesgo. Afortunadamente no tuvieron inconvenientes. A lo lejos vieron un enfrentamiento entre un grupo de jóvenes y apuraron el paso, pero ya nadie podría alcanzarlos.
Pasada media hora llegaron al edificio de las chicas. Se hicieron las presentaciones y supieron que debían llamarlas Morena, Claudia y China. La última era la menos agraciada y pareció prenderse inmediatamente de Gonzalo, quien tenía la fama del más apuesto. Las otras parecían tímidas pero tenían la voluptuosa mirada de quien ya se adivina mujer, y el cuerpo para legitimarlo.
Estaban decididos a reunirse en una plaza si no aparecía la casa de alguien, pero la suerte les hizo de esos regalos que nunca terminan de creerse: descendiendo desde el departamento de una de las chicas, encontraron uno con la puerta en condiciones que les extrañaron. Uno de ellos se acercó y con un simple impulso logró abrirla. El lugar estaba inhabitado y carecía de mueble o servicio básico alguno.
Eufóricos ingresaron. Riendo descontroladamente al punto de lanzarse al suelo. Aseguraron la puerta lo mejor que pudieron y empezaron a abrir las cajas de vino bajo la luz tenue de sus cigarrillos encendidos. Varios litros y cajetillas más adelante, se animaron a jugar esas excusas para terminar besándose sin control ni compromisos. Primero retraídamente iban quedándose más tiempo de lo normal en los ojos del otro, la duración de los besos iba creciendo exponencialmente y comenzaban a utilizar la imaginación excitada por la gran casa vacía para repartirse por las habitaciones. Gonzalo y China ya rodaban por el piso del living sin preocuparse por nada, perdiendo prenda tras prenda. Claudia y Pepe se besaban aletargados en la cadencia dulce del vino, rodeados por las cajas vacías. El otro y la Morena tenían sus cuerpos y bocas unidos en un abrazo brioso sobre el asiento del baño.
La noche transcurrió lenta y les dio tiempo a todos para separarse antes del amanecer. Sin un beso o siquiera una mirada distinta de la que se dieron al conocerse, volvieron presurosos a sus respectivos hogares.
Él subió casi corriendo las escaleras de su edificio, emocionado por los hechos recientes. Se plantó frente a la puerta y metió las manos en sus bolsillos. Fue ahí donde la fatalidad lo alcanzó: en sus bolsillos halló apenas el escrito desvencijado de Milton. Ni rastros de las llaves, tampoco dinero alguno. Su padre tampoco despertó por más fuerte que golpeara
El manojo que abría su puerta jamás lo volvió a ver, tampoco a la Morena o a ese departamento de fantasía. Durmió esa noche arrojado en las escaleras y leyendo el poemario, antes de dormirse alcanzó a terminar un fragmento: “Aquellas llamas no despedían luz alguna; pero las tinieblas visibles servían tan sólo para descubrir cuadros de horror, regiones de pesares, oscuridad dolorosa, en donde la paz y el reposo no pueden habitar jamás, en donde no penetra ni aun la esperanza.” Se cerraron sus ojos y ahí quedó.
viernes, octubre 10, 2008
Cartografía del tropiezo
Digamos que usted toma el pomo de la puerta, toma el pomo de la puerta con su mano izquierda. Con su mano izquierda toma el pomo de la puerta (usted es diestro). Digamos que lo toma y lo hace girar, primero hacia el lado equivocado, que es el equivocado en este momento en que quiere saber qué hay detrás de la puerta. Deciamos, entonces, que usted quería ver qué hay detrás de la puerta y giró el pomo hacia el lado que no debía, resultando en un movimiento inacabado de su mano izquierda, un movimiento que la puerta y el pomo absorven y van a dejar quién sabe donde (quizás del otro lado de la puerta). Le han robado un movimiento, ha permitido que le roben un movimiento y maldice a los ingenieros por no poner un aviso indicando el lado correcto de girar el pomo; por supuesto, usted está indignado y se decide a abrir la puerta hacia el lado correcto. Separa primero la mano del pomo y se planta frente a la puerta intentando ganar compostura. Reacomoda su corbata y se mete un extremo de la camisa que había escapado del pantalón. Palmetea sus bolsillos asegurándose que se encuentren sin contratiempos las llaves del auto, la boleta del supermercado en el que compró el chocolate que se va derritiendo en el otro bolsillo, donde hay también un montón de billetes y una batería húmeda que halló en un charco bajo la lluvia. Todo está en su sitio, o parece estarlo. Pero a usted aun le pesa en el cuerpo la ausencia de aquel movimiento que terminó en nada, que fue un malentendido rodando por una escalera hacia el sótano, que buscó por dias sin siquiera avistarle un zapato o la punta de la nariz. Digamos que usted toma el pomo de la puerta, lo toma nuevamente y esta vez con la mano derecha, lanza un rezo al aire (tiene que aguantar las ganas de santiguarse) y gira el pomo ahora para el lado correcto, el lado que abre, lo gira primero lentamente, luego con brío mientras forcejea hacia adelante y atrás en la desesperación que produce luchar con lo innamovible. Al cabo de unos minutos usted se rinde, se sienta frente a la puerta, jadeante, con el rostro relajado y la mirada inyectada de sangre, fija en el dorado pomo que dispersa y aliena el reflejo de sus ojos. Una mancha oscura se dibuja y va escapando de uno de sus bolsillos mientras los músculos de su cuerpo se dibujan y parecen querer escapar de sus ropajes sudados. Este es el punto clave, el instante en que las opciones son un abanico infiníto que podría arrojarlo a usted fuera de si mismo, usted lo intuye y se saca la chaqueta del terno por respeto a la solemnidad del momento, se arremanga la camisa y suelta la corbata relamiendose los labios frente a la proximidad del destino, se pone de pie lentamente y mira alrededor: dos puertas, una frente a otra, un cenicero de pedestal con una montaña de ceniza, un niño acostado en una esquina con los ojos y la boca abiertos que lo miran directamente a los ojos. Entonces está usted, el pomo, las puertas y la gran duda. Se arroja al suelo intentando mirar al otro lado de la puerta y sólo logra ver una luz tenue, muy tenue y unos zapatos de baile, no alcanza a ver si los lleva alguien puestos. Exclama algunas palabras que debieran significar algo proyectándolas por debajo de la puerta sin resultado alguno, golpea con sus puños la puerta, ambas puertas ahora, con el cenicero ahora esparciendo de paso una nube blanca que se estaciona en el aire de la habitación y comienza a inmiscuirse en su respiración, agitándolo cada vez más en la desesperación de la innmovilidad, nuevamente en la innmovilidad que se le va pegando al cuerpo por partes, lentamente, en sucesión vigorosa y disimulada que ya no le permite cerrar los ojos, que le va petrificando la quijada y estableciendo una escultura en su cabellera ahora blanquecina. La presión de lo inevitable comienza a actuar en su cabeza y de golpe comprende, de golpe se aparece una imagen perfecta de lo que hay del otro lado; pero el tiempo se escapa, ya comienza a oirse un susurro desde la puerta y hay q dejar un testimonio, si usted no puede alguien podrá y toma la boleta del supermercado y escribe apresuradamente, la boleta es infinita y el chocolate cumple perfecto su función de lapiz, y va poniendo palabra tras palabra extendiendo los conceptos para que en la mente del siguiente se forme el dibujo necesario para comprender, el necesario punto para que la fatalidad no alcance su cometido y se arroje todo por la borda, el requerimiento de una pared que le permita la palabra y la acción que todo pondrá en su lugar. Y ya va usted llegando al final de su texto, de su testamento, de su plegaria, con los últimos restos de chocolate escribe febrilmente sabiendo que ya, que ya. Entonces está usted, el pomo, el texto, el cenicero y la nube. La puerta se abre y el texto termina.
viernes, octubre 03, 2008
A ti, que de la forma más graciosa posas tus ojos sobre lo cotidiano, como quien posa el dedo de la creación sobre la creación, que posas tus ojos innombrables sobre lo cotidiano y nombras desde lo profundo de los abismos las piltrafas que el mundo sacrifica a tus pies. A ti, querida, que de aquella imperfecta voluta de vida arrancas la sonoridad tenue, la posibilidad titánica; que tapizas los jardines de la ignominia con un resbalo de tu pluma santa, que obligas a los jardines a maquillarse de adjetivos, a volverse vida y teñirse de sangre, de sangre y teñirse de vida. A ti, a ti, a ti, te canto; porque tu pequeña gigante figura se me vacía de la piel, y no puedo si no llamarte en la desolación de mi jungla de temores, y no puedo si no llamarte en la llama del frío puñal que arrastro en la espalda desojada de este camino que vas volviendo edén, que volviste y volviste a volver, edén.
Te canto, te canto, te canto; te aúllo en la pretensión de devenir presencia y tenerte enfrentándome, y deslizar esta mano ulcerada por los carmines de tu boca, y atraerte a mi pecho plateado que es mar, anudarte en mi dedo meñique que es tiempo, empaparte en la imposibilidad del llanto que es la carne que se me escapa y que por ti expando por mi casa y por mis campos; por ti, por ti, canto, me arranco los párpados y las uñas, las arrojo a un costado de las vías del tren y me afronto desnudo a tus manos; las defino egoístamente, las dibujo presuntuosamente, las beso… atrevidamente para que de ellas solo puedas sacarte en mi.
Te canto, te canto, te canto; te aúllo en la pretensión de devenir presencia y tenerte enfrentándome, y deslizar esta mano ulcerada por los carmines de tu boca, y atraerte a mi pecho plateado que es mar, anudarte en mi dedo meñique que es tiempo, empaparte en la imposibilidad del llanto que es la carne que se me escapa y que por ti expando por mi casa y por mis campos; por ti, por ti, canto, me arranco los párpados y las uñas, las arrojo a un costado de las vías del tren y me afronto desnudo a tus manos; las defino egoístamente, las dibujo presuntuosamente, las beso… atrevidamente para que de ellas solo puedas sacarte en mi.
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