viernes, octubre 03, 2008

A ti, que de la forma más graciosa posas tus ojos sobre lo cotidiano, como quien posa el dedo de la creación sobre la creación, que posas tus ojos innombrables sobre lo cotidiano y nombras desde lo profundo de los abismos las piltrafas que el mundo sacrifica a tus pies. A ti, querida, que de aquella imperfecta voluta de vida arrancas la sonoridad tenue, la posibilidad titánica; que tapizas los jardines de la ignominia con un resbalo de tu pluma santa, que obligas a los jardines a maquillarse de adjetivos, a volverse vida y teñirse de sangre, de sangre y teñirse de vida. A ti, a ti, a ti, te canto; porque tu pequeña gigante figura se me vacía de la piel, y no puedo si no llamarte en la desolación de mi jungla de temores, y no puedo si no llamarte en la llama del frío puñal que arrastro en la espalda desojada de este camino que vas volviendo edén, que volviste y volviste a volver, edén.

Te canto, te canto, te canto; te aúllo en la pretensión de devenir presencia y tenerte enfrentándome, y deslizar esta mano ulcerada por los carmines de tu boca, y atraerte a mi pecho plateado que es mar, anudarte en mi dedo meñique que es tiempo, empaparte en la imposibilidad del llanto que es la carne que se me escapa y que por ti expando por mi casa y por mis campos; por ti, por ti, canto, me arranco los párpados y las uñas, las arrojo a un costado de las vías del tren y me afronto desnudo a tus manos; las defino egoístamente, las dibujo presuntuosamente, las beso… atrevidamente para que de ellas solo puedas sacarte en mi.

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