domingo, octubre 19, 2008
Sobre la ausencia
o
El nacimiento de la palabra no dicha.
Basta enfrentarla mirándola a los ojos, guarecerse bajo el techo indiferente de su presencia mientras te pones el ropaje del aquí-no-pasa-nada para notar que algo no va bien. La inspección detallada de su semblante te comienza a poner los pelos de punta. Esa forma avasallante de establecerse como otro, arrebatando un espacio que veías otro pero sabías tuyo, altera tu ánimo, te pone en frente un montón de paredes prácticas desde las que emprendes el cuestionamiento de la máscara que te cobija; y eso que esto aún es el segundo atisbo.
Una vez eliminado el proceso de reconocimiento y desligación corporal, te asalta una presión que no creías posible. Tus aspiraciones de llanero solitario o gaucho despreocupado caen primero y comienzan a llevarse consigo, al principio, tu timidez frente a ti mismo, y luego, una serie de apreciaciones establecidas como hitos en tu historia lineal, que terminan por convencerte de que aquella cuenca vacía frente a la que la distancia te puso, aquella rutina siempre en mutación a la que te tiene acostumbrado el objeto sin distancia que ahí solía posarse, que ahora se dibuja como recuerdo acalorado y lentamente va pasando a aspiración neurótica, aquella cuenca que acusa la desesperante ausencia puesta frente a ti… es, está (nadie sabe por medio de qué transposición intergaláctica o capricho nigromántico) en ti.
El problema de que tu ausencia se vuelca entonces a la operación de sacarme pedazos y pedazos mediante la gigantesca y cruenta zarpa de sentirme extrañándote, a cada letra de palabra escrita, a cada soplido de burbuja o deseo incontrolable de abandonarse al grito silencioso.
Millones de brazos se lanzan en una búsqueda desenfrenada para pillarte en este juego tan sadomasoquista y bélico en el que nos metimos. Las lógicas se desnudan para quedarse muertas a nuestros pies; porque ya nada funciona. Los sabores se van eliminando de a poco frente a lo imposible que se vuelve compartirlos con tu lengua tan lejana. Las visiones del mundo se entristecen e intentan transformarse en una especie de mnemoteca ambulante en mi conciencia para ver si puedo llegar a recrearlas mientras tomo fuerte tu mano, mientras deslizo lentamente mi dedo por tu vientre, apenas levantándolo para construirte una segunda piel, solo mía frente a esa piel que es también mía.
De puro egoísta y pendejo te construyo segundas partes para tener más y más de donde alimentarme, para anegarme aun más de ti… y es que no me canso.
Toda esa construcción, todo lo que eres y eres para mí comienza a rodearme. Me sube desde los dedos de los pies hasta pegárseme a los labios, hasta envolverme y arrastrarse por mi garganta como si serpiente blanca, como si gusano multicolor, como ahogarse en un té de frutillas con una sonrisa y un beso. Y esto que me sube endulza todo al contacto y vuelve el exterior cada vez más amargo, por contraposición, ya sabes… ya sabes. Porque si no estás aquí, dónde hallarte sino en lo que de ti queda en los vellos de mi cuerpo, en los bordes de mis labios y en la desesperación de mis dedos que sin ti no tienen ocupación. Mi cuerpo te reclama, como si no estuviera contento sin poder mirarse junto a ti, en esa amalgama tan hermosa que son nuestros cuerpos entrelazados, nuestros alientos danzando por la habitación inundada de la luz que nace de nuestros ojos frente a frente, de nuestros juegos de cíclope, y ese incienso voluptuoso y único que se impregna en mis paredes y mis ropas, en mis labios y mis recuerdos.
La mera aproximación a eso que los dos somos, a eso en lo que devenimos al momento en que nuestras lenguas hacen contacto una con la otra, y sus ataduras se rompen y empieza algo ya fuera de nuestro control, algo que se asemeja más al clamor de una deidad que al abrazo mortal, la mera aproximación a eso me entierra un gigantesco puñal por todo el cuerpo, me hace desearte instantáneamente y como un orate y me arroja a la impotencia de no poder de hacerlo. De tenerte sólo como esa ausencia frente a la que me enfrento, ahora con los brazos caídos y en espera del golpe de gracia, sólo como esa ausencia que se hace presente en la mutilación de mi cuerpo y mi mente, esa ausencia que sólo me queda trocar en esperanza de su propio fin.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
me dio pena
porque no lo conocía y sin embargo quisiera recordarlo. En cambio recordé tantas otras cosas de agua en el pecho
no se si sí
yo creo que sí
Publicar un comentario