viernes, octubre 10, 2008
Cartografía del tropiezo
Digamos que usted toma el pomo de la puerta, toma el pomo de la puerta con su mano izquierda. Con su mano izquierda toma el pomo de la puerta (usted es diestro). Digamos que lo toma y lo hace girar, primero hacia el lado equivocado, que es el equivocado en este momento en que quiere saber qué hay detrás de la puerta. Deciamos, entonces, que usted quería ver qué hay detrás de la puerta y giró el pomo hacia el lado que no debía, resultando en un movimiento inacabado de su mano izquierda, un movimiento que la puerta y el pomo absorven y van a dejar quién sabe donde (quizás del otro lado de la puerta). Le han robado un movimiento, ha permitido que le roben un movimiento y maldice a los ingenieros por no poner un aviso indicando el lado correcto de girar el pomo; por supuesto, usted está indignado y se decide a abrir la puerta hacia el lado correcto. Separa primero la mano del pomo y se planta frente a la puerta intentando ganar compostura. Reacomoda su corbata y se mete un extremo de la camisa que había escapado del pantalón. Palmetea sus bolsillos asegurándose que se encuentren sin contratiempos las llaves del auto, la boleta del supermercado en el que compró el chocolate que se va derritiendo en el otro bolsillo, donde hay también un montón de billetes y una batería húmeda que halló en un charco bajo la lluvia. Todo está en su sitio, o parece estarlo. Pero a usted aun le pesa en el cuerpo la ausencia de aquel movimiento que terminó en nada, que fue un malentendido rodando por una escalera hacia el sótano, que buscó por dias sin siquiera avistarle un zapato o la punta de la nariz. Digamos que usted toma el pomo de la puerta, lo toma nuevamente y esta vez con la mano derecha, lanza un rezo al aire (tiene que aguantar las ganas de santiguarse) y gira el pomo ahora para el lado correcto, el lado que abre, lo gira primero lentamente, luego con brío mientras forcejea hacia adelante y atrás en la desesperación que produce luchar con lo innamovible. Al cabo de unos minutos usted se rinde, se sienta frente a la puerta, jadeante, con el rostro relajado y la mirada inyectada de sangre, fija en el dorado pomo que dispersa y aliena el reflejo de sus ojos. Una mancha oscura se dibuja y va escapando de uno de sus bolsillos mientras los músculos de su cuerpo se dibujan y parecen querer escapar de sus ropajes sudados. Este es el punto clave, el instante en que las opciones son un abanico infiníto que podría arrojarlo a usted fuera de si mismo, usted lo intuye y se saca la chaqueta del terno por respeto a la solemnidad del momento, se arremanga la camisa y suelta la corbata relamiendose los labios frente a la proximidad del destino, se pone de pie lentamente y mira alrededor: dos puertas, una frente a otra, un cenicero de pedestal con una montaña de ceniza, un niño acostado en una esquina con los ojos y la boca abiertos que lo miran directamente a los ojos. Entonces está usted, el pomo, las puertas y la gran duda. Se arroja al suelo intentando mirar al otro lado de la puerta y sólo logra ver una luz tenue, muy tenue y unos zapatos de baile, no alcanza a ver si los lleva alguien puestos. Exclama algunas palabras que debieran significar algo proyectándolas por debajo de la puerta sin resultado alguno, golpea con sus puños la puerta, ambas puertas ahora, con el cenicero ahora esparciendo de paso una nube blanca que se estaciona en el aire de la habitación y comienza a inmiscuirse en su respiración, agitándolo cada vez más en la desesperación de la innmovilidad, nuevamente en la innmovilidad que se le va pegando al cuerpo por partes, lentamente, en sucesión vigorosa y disimulada que ya no le permite cerrar los ojos, que le va petrificando la quijada y estableciendo una escultura en su cabellera ahora blanquecina. La presión de lo inevitable comienza a actuar en su cabeza y de golpe comprende, de golpe se aparece una imagen perfecta de lo que hay del otro lado; pero el tiempo se escapa, ya comienza a oirse un susurro desde la puerta y hay q dejar un testimonio, si usted no puede alguien podrá y toma la boleta del supermercado y escribe apresuradamente, la boleta es infinita y el chocolate cumple perfecto su función de lapiz, y va poniendo palabra tras palabra extendiendo los conceptos para que en la mente del siguiente se forme el dibujo necesario para comprender, el necesario punto para que la fatalidad no alcance su cometido y se arroje todo por la borda, el requerimiento de una pared que le permita la palabra y la acción que todo pondrá en su lugar. Y ya va usted llegando al final de su texto, de su testamento, de su plegaria, con los últimos restos de chocolate escribe febrilmente sabiendo que ya, que ya. Entonces está usted, el pomo, el texto, el cenicero y la nube. La puerta se abre y el texto termina.
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