martes, octubre 14, 2008

Paraiso Perdido (o el conflicto de las puertas)

A las ocho de la noche salía de su departamento en el céntrico barrio Bulnes vistiendo ropas ligeras. Llevaba en los bolsillos unos cuantos pesos, un poemario pequeño de Milton y un manojo de llaves. Enfiló hacia la banca en la que se juntaba con sus amigos y esperó un par de minutos mirando el cielo púrpura de las luces santiaguinas. Tenía catorce años y la inquietud despreocupada de quien quiere sentirse vivo.
Bastaron un par de minutos para que apareciera Gonzalo, de trece años y Pepe, cinco años mayor. Traían sonrisas grandes y un paquete de cigarrillos que compartieron en ese momento.
El plan era reunirse con tres muchachas de los alrededores y acompañarlas con un par de cajas de vino. Sólo Pepe las conocía y se encargaba de exaltar sus virtudes femeninas. Advertía que una de ellas sólo poseía una discreta sensualidad pero que la suerte y el talento decidirían por ellos quién se quedaría con quien.
Se dirigieron primero a la botillería. La más conveniente estaba llegando a avenida Matta, en territorios de una pandilla a la que de ninguna forma podrían enfrentar, pero la noche estaba para cosas grandes así que decidieron tomar el riesgo. Afortunadamente no tuvieron inconvenientes. A lo lejos vieron un enfrentamiento entre un grupo de jóvenes y apuraron el paso, pero ya nadie podría alcanzarlos.
Pasada media hora llegaron al edificio de las chicas. Se hicieron las presentaciones y supieron que debían llamarlas Morena, Claudia y China. La última era la menos agraciada y pareció prenderse inmediatamente de Gonzalo, quien tenía la fama del más apuesto. Las otras parecían tímidas pero tenían la voluptuosa mirada de quien ya se adivina mujer, y el cuerpo para legitimarlo.
Estaban decididos a reunirse en una plaza si no aparecía la casa de alguien, pero la suerte les hizo de esos regalos que nunca terminan de creerse: descendiendo desde el departamento de una de las chicas, encontraron uno con la puerta en condiciones que les extrañaron. Uno de ellos se acercó y con un simple impulso logró abrirla. El lugar estaba inhabitado y carecía de mueble o servicio básico alguno.
Eufóricos ingresaron. Riendo descontroladamente al punto de lanzarse al suelo. Aseguraron la puerta lo mejor que pudieron y empezaron a abrir las cajas de vino bajo la luz tenue de sus cigarrillos encendidos. Varios litros y cajetillas más adelante, se animaron a jugar esas excusas para terminar besándose sin control ni compromisos. Primero retraídamente iban quedándose más tiempo de lo normal en los ojos del otro, la duración de los besos iba creciendo exponencialmente y comenzaban a utilizar la imaginación excitada por la gran casa vacía para repartirse por las habitaciones. Gonzalo y China ya rodaban por el piso del living sin preocuparse por nada, perdiendo prenda tras prenda. Claudia y Pepe se besaban aletargados en la cadencia dulce del vino, rodeados por las cajas vacías. El otro y la Morena tenían sus cuerpos y bocas unidos en un abrazo brioso sobre el asiento del baño.
La noche transcurrió lenta y les dio tiempo a todos para separarse antes del amanecer. Sin un beso o siquiera una mirada distinta de la que se dieron al conocerse, volvieron presurosos a sus respectivos hogares.
Él subió casi corriendo las escaleras de su edificio, emocionado por los hechos recientes. Se plantó frente a la puerta y metió las manos en sus bolsillos. Fue ahí donde la fatalidad lo alcanzó: en sus bolsillos halló apenas el escrito desvencijado de Milton. Ni rastros de las llaves, tampoco dinero alguno. Su padre tampoco despertó por más fuerte que golpeara
El manojo que abría su puerta jamás lo volvió a ver, tampoco a la Morena o a ese departamento de fantasía. Durmió esa noche arrojado en las escaleras y leyendo el poemario, antes de dormirse alcanzó a terminar un fragmento: “Aquellas llamas no despedían luz alguna; pero las tinieblas visibles servían tan sólo para descubrir cuadros de horror, regiones de pesares, oscuridad dolorosa, en donde la paz y el reposo no pueden habitar jamás, en donde no penetra ni aun la esperanza.” Se cerraron sus ojos y ahí quedó.

1 comentario:

Camilo Espinoza Mendoza dijo...

Me encantan las morenas. Y para qué hablar del vino.