Escribir escapando a lo que debo, brioso y con las patas entumecidas, las manos congeladas y la mirada perdida, explotado el seño en el reflejo del vocablo: la inmensidad del camino del freno onírico y el paréntesis de piedra.
A tomar la tierra, los pétalos metálicos de la tierra y sus efluvios corales, la tierra y su locución de valle sombrío y su grito incontestable. El subterráneo límpido de la palabra en el azur oneroso, en el ocre que es bálsamo de tiempo para la mirada que sigue perdida, que se encuentra, se halla se aprehende y prende de las pestañas salvajes, escupitajo viril de un semental señero...
(la bala perdida, una abeja despotricando contra el techo de la habitación en penumbra (el tópico de la penumbra es recurrente, como si no quisiera escapar de la confusión de lo que no puede verse, de la afirmación de lo que se sugiere estéticamente más claro y hermoso que lo nos asalta con su reflejo, de aquel brillo que no le pertenece sino porque le fue otorgado, desde una mano gentil que presiona el interruptor que lleva a la creación (¿y así son también las palabras no?, preguntó el tipo que estaba programado para preguntar, justo antes de recibir el disparo mortal en la cabeza, y salir de si mismo en un efluvio de colores y sonidos inexplicables, en una belleza de sinceridad pura que lo transportó por un instante a lo más iluminado de la luz, allí donde el loto y los calvos juegan a la pelota tresvecespordia.
¡NO!, respondió el tipo programado para responder, mientras sus ojos se enrojecían por el humo de la pistola en la mano del tipo programado para disparar.), pero no lleva a la creación. Aquello está en el acto mínimo, en la conciencia de la distancia de mis labios a los tuyos o en el calor de mi deseo por acortar esa distancia, todo menos penumbra) la bala que se encontró en su identidad de mosca desaparecida, en su territorio de abeja transportada. La bala encontrada, disparada)
O apuntar con la boca, dirigir la ley de la prosopopeya a donde nadie le importe, a donde no sirva ni se sirva de quienes pretenden servirla en el banquete del cinismo; en la jugarreta verbal que es escribir sobre escribir, aportando más aire al desorden impávido-ingrávido-histérico de lanzar a manotazos el barro sobre las paredes.
Ese recordar con todos los músculos del cuerpo
apretar las sienes intentando asir, la transparencia
Oráculo de sentidos quemados, borrados, violentos
morir, angelicalmente, en la pretensión de vivencia.
Te lanzo así,
elocuciono     canto         grito        rezo    
                  declamo        pregono         fraseo         conjuro
       
Grito...
    ¡Grito en los oídos de todo el mundo!
Me meto los dedos a la boca y la hago crecer, la aumento, me vuelvo un gigante puro labios y dientes y lengua y garganta e inhalo... todo el aire del mundo inhalo para lanzarles un grito que los deje de rodillas
que los saque de sus rodillas como si fuera un martillo, un martillo megatónico decibélico
que los deje por fin abrir sus ojos
y fin.
domingo, diciembre 14, 2008
A lo que debo...
miércoles, noviembre 19, 2008
Enigma
El cigarro se consumia en los dedos de Pablo, teñido en la boquilla por el púrpura suave del vino tinto. Con un ademán desafiante lo lanzó por la ventana sin acabarlo, como para sumarse al sueño en un acto aniquilante, que lo desenmascarara. Se rascó la cabeza con una sonrisa, sacó la lengua, risueño miró al reflejo de los ojos en el espejo y dijo sin más: pruébalo.
Se encontraron perseguidos por un par de minutos de silencio. El uno confundido, el otro triunfante. Por un momento la radio se silencio también. Ahí esperaron que diera el verde, compartiendo varios tragos de la caja de vino y encendiendo otro cigarro.
Luego, mientras presionaba el acelerador lo suficiente para que Pablo se perturbara otro poco en su asiento, se vieron adelantados por un tren de caracoles.
Nunca más hablaron del asunto.
jueves, octubre 30, 2008
Comunicación
La delicada línea que limita mis labios se aproxima a un movimiento. Comienza pensándolo, especulándolo, madurándolo lentamente. Las fuerzas las junta no sabe de donde pero se acercan y se acumulan juguetonas en torno a una porción de piel, a un músculo perezoso que comienza a animarse con la fiesta; que levanta sus brazos diminutos y se saca la modorra de los ojos lo más rápido que puede, mientras intenta escuchar las conversaciones y cánticos que ya están que desencadenan el baile, dando la impresión de que está todo como apunto de caerse por un precipicio. Los vecinos se despiertan asustados y, una vez enterados de todo, comienzan a embutirse en calcetines y faldas y pantalones y camisas con arrugas, mientras el tiempo ya no alcanza ni para ponerse un poco más de la colonia nueva que nos llegó del Asia Pacífico quién sabe cuando, pero que igual permite que nos perciban a cuadra y media de distancia las narices menos expertas. Las luces de la manzana se van prendiendo como si de bomba atómica se tratara con neutrones de aquí para allá, quién sabe por qué estimulo divino. El punto es que ya todos están despiertos y empolvados y en sus zapatos; todos aproximándose vertiginosamente al movimiento que nunca sabemos en que va a terminar. Se alistan los simulacros de sonrisas, los pasos de baile están a punto de ser dados y la expectación en todos lados es tanta que casi, casi se nos desmaya uno que otro y Luchito que no puede más y que va a pedir agua, pero nadie pide nada porque la línea ya está vibrando, apunto, apunto, apunto de moverse y todos al borde del llanto y la histeria hasta que nadie aguanta más y nos movemos todos. Casi al mismo tiempo y en diferentes direcciones estallan risas, llantos, bailes, caídas, toses, eructos, besos, caricias y etcéteras conformando una de danza clásica que ya te quisieras. Luchito que pide el agua y Pancha que hace la que no sabe, en tanto Luís y Fermín se ven separados por distancias infranqueables mientras a la línea ya no hay quien la pare en su movimiento febril y que nadie-pero-nadie entiende pero que tú y yo sí. Y tú me miras mientras pronuncio tu nombre lentamente. Ves la gota de sudor cayendo por mi rostro, el cansancio increíble de mis ojos por el esfuerzo sobrehumano de conjurarte. Y de pronto entiendo que entiendes. Me relajo y se relajan y todos entendemos que entiendes. Que la palabra te crea y nos crea frente a ti que no necesitas de esas cosas, que simplemente te me vienes encima con un beso dulce y casi irreal. Y te miro y nos entendemos, sé que nos entendemos.
¿Cómo expresarte? ¿Cómo volverte letra, si ya no haces más que mezclarte en todo lo que escribo; si poco a poco vas extendiendo tus pétalos y tus tallos y te empeñas en enverdecer todo lo que pinto? ¿Cómo sacarte de mi literatura si tus raíces están cada vez más cerca de su médula? ¿Cómo arrancarte de mí cuando has anegado mis venas, te has metido por mis poros y has brotado en mis huesos, has nublado mi vista e invadido mi paladar?
Te temo, te escapo, te violento y aun estás ahí. Dulce ilusión mía ¡Aun estás ahí!
Mi única salida (conjurarte en el texto, controlarte en la palabra, volverte dócil en el lenguaje y juguetear contigo en los inocuos campos del discurso) ya no es útil. Tus extremidades salen de mis hojas y me atacan, la tinta de mis lápices se subordina a tus designios y baila bajo mis ojos. Mis discursos todos me apuntan con el dedo y se ríen ¡Me lanzan baldadas de lodo y se ríen!
Mientras tú te me apareces al frente como si nada pasara con tu cigarro entre los dedos y tus labios carmín y ¿qué más me queda?... en nombre del tiempo mismo ¡¿qué demonios más me queda que ofrecerte fuego, un beso en la mejilla y un alhelí?!
Una foto saliendo como desde otro mundo dado lo anterior del momento tomado (y más anterior ahora, q es años despues del último) y las diferencias fundamentales que la encarcela en un estrato distinto, en una aglomeración un poco más burda y hermosa de parametros normadores. Hoy hablaba con alguien de rebotar en las paredes autoimpuestas como única norma posible de avance o retroceso. El acto de rebotar implica mucha energia como tal. Pero realmente lo más descabellado del caso es la necesidad imperiosa de elegir entre las millones de combinaciones posibles para rebotar de tal o cual manera. ¡Pero yo quería esta!, ¡Y esta!, ¡Y esta!... descabellado y por muchas otras razones hermoso, fragil y emocionante es el acto de elegir, de avanzar con un tricordio en una mano y una espada en la otra lanzando heridas y disfrutes a todo quien se nos cruce. La invariabilidad de la vida y la tontería del ser se nos presentan como si fueramos jueces divinos y piadosos. ¡Pero no podemos escapar hacia el solipsismo!, aunque la perspectiva de la relativización total en función del ser como yo-ser puede ser hermosa y práctica a primera vista no podemos abandonarnos simplemente evadiendo una sociedad que reclama sedienta nuestras entrañas. El ser-en-el-mundo, el dasein, aunque poco desarrollado realmente por Heidegger en su estructura ser-mundo, nos muestra una realidad que en este momento me parece ineludible (o quizás si, pero... eludible a qué?), la sociedad nos arranca pedazos, los tritura en sus fauces indómitas y los regurgita en un bolo de apariencia desagradable y putrefacta: ¡pero es nuestro bolo!, somos nosotros en nuestro ser más completo, la dependencia del yo y del super-yo son prueba fehaciente de ello. Los metarelatos nos han abandonado dejandonos casi en el aire, dejando un vacio angustioso que se siente como ausencia y como ex-presencia. Lo más facil es caer pero, debemos? "No somos más que la suma de todos nuestros actos". Error, somos la suma de nuestros actos y de los del resto del mundo. Aunque tan equivocado quizás no... creo que en las etapas últimas todo se mezcla armoniosamente, todo es divinidad y mugre.
miércoles, octubre 29, 2008
Rescatando
sábado, octubre 25, 2008
con una conviccción silente
un abandono a la respuesta, a la comunicación
una forma solitaria de quitarse
de todos lados
como si negaras el derecho de quedarnos en el mismo lugar
cerrar el espacio, apretar el gatillo
desaparecer, desaparecer así no más
en un velo en un adios en un pasillo
llevada por tu sentencia final de verdugo
a una profundidad de retazos oscuros
Desprecio la rima involuntaria del final
pero es así como suceden las cosas ¿no?
las cosas y las despedidas.
Mensaje de texto a Catherine
en la inscripción sobre el muelle nocturno.
Asegurar debemos la constancia
la palabra y el sentido del mango de hacha.
Toma tres cuentas de rubí
y acércalas a los zócalos de la tierra.
La respuesta será sublime,
la voz vendrá de los pasos y no
deberás correr, Catherine,
hacia mi, no deberás jamás correr.
viernes, octubre 24, 2008
La faz del trabajo
Decía entonces del momento.
Es cosa de ponerse una gorra que jamás hayas visto, ¿no?
Es sólo derramar la tinta y firmar -dirá otro.
Quizás es cosa del vino y la inconsciencia, si conscien.
Se me cae el muro de los lamentos encima, en una súplica de coraza verde. Me susurra al oído una plegaria pastoral que encierra obscenidad. Me ilumina el foco sobre la tumba del poeta inquisidor. Sus ojos me miran en desafio y en pena, menos en desafio.
A veces me gusta sacar un lapiz del bolsillo y desnudarme frente a una fuente vacía, colgarme, pegarme, a una estatua de piedra y simular una victoria helénica o una masacre de pueblo originario.
A veces dejar la espada en el suelo y ofrecer mi pecho como un bosque poblado, irsuto y cerrar los ojos en rendición sincera.
A veces el texto no es un fragmento.
domingo, octubre 19, 2008
Sobre la ausencia
o
El nacimiento de la palabra no dicha.
Basta enfrentarla mirándola a los ojos, guarecerse bajo el techo indiferente de su presencia mientras te pones el ropaje del aquí-no-pasa-nada para notar que algo no va bien. La inspección detallada de su semblante te comienza a poner los pelos de punta. Esa forma avasallante de establecerse como otro, arrebatando un espacio que veías otro pero sabías tuyo, altera tu ánimo, te pone en frente un montón de paredes prácticas desde las que emprendes el cuestionamiento de la máscara que te cobija; y eso que esto aún es el segundo atisbo.
Una vez eliminado el proceso de reconocimiento y desligación corporal, te asalta una presión que no creías posible. Tus aspiraciones de llanero solitario o gaucho despreocupado caen primero y comienzan a llevarse consigo, al principio, tu timidez frente a ti mismo, y luego, una serie de apreciaciones establecidas como hitos en tu historia lineal, que terminan por convencerte de que aquella cuenca vacía frente a la que la distancia te puso, aquella rutina siempre en mutación a la que te tiene acostumbrado el objeto sin distancia que ahí solía posarse, que ahora se dibuja como recuerdo acalorado y lentamente va pasando a aspiración neurótica, aquella cuenca que acusa la desesperante ausencia puesta frente a ti… es, está (nadie sabe por medio de qué transposición intergaláctica o capricho nigromántico) en ti.
El problema de que tu ausencia se vuelca entonces a la operación de sacarme pedazos y pedazos mediante la gigantesca y cruenta zarpa de sentirme extrañándote, a cada letra de palabra escrita, a cada soplido de burbuja o deseo incontrolable de abandonarse al grito silencioso.
Millones de brazos se lanzan en una búsqueda desenfrenada para pillarte en este juego tan sadomasoquista y bélico en el que nos metimos. Las lógicas se desnudan para quedarse muertas a nuestros pies; porque ya nada funciona. Los sabores se van eliminando de a poco frente a lo imposible que se vuelve compartirlos con tu lengua tan lejana. Las visiones del mundo se entristecen e intentan transformarse en una especie de mnemoteca ambulante en mi conciencia para ver si puedo llegar a recrearlas mientras tomo fuerte tu mano, mientras deslizo lentamente mi dedo por tu vientre, apenas levantándolo para construirte una segunda piel, solo mía frente a esa piel que es también mía.
De puro egoísta y pendejo te construyo segundas partes para tener más y más de donde alimentarme, para anegarme aun más de ti… y es que no me canso.
Toda esa construcción, todo lo que eres y eres para mí comienza a rodearme. Me sube desde los dedos de los pies hasta pegárseme a los labios, hasta envolverme y arrastrarse por mi garganta como si serpiente blanca, como si gusano multicolor, como ahogarse en un té de frutillas con una sonrisa y un beso. Y esto que me sube endulza todo al contacto y vuelve el exterior cada vez más amargo, por contraposición, ya sabes… ya sabes. Porque si no estás aquí, dónde hallarte sino en lo que de ti queda en los vellos de mi cuerpo, en los bordes de mis labios y en la desesperación de mis dedos que sin ti no tienen ocupación. Mi cuerpo te reclama, como si no estuviera contento sin poder mirarse junto a ti, en esa amalgama tan hermosa que son nuestros cuerpos entrelazados, nuestros alientos danzando por la habitación inundada de la luz que nace de nuestros ojos frente a frente, de nuestros juegos de cíclope, y ese incienso voluptuoso y único que se impregna en mis paredes y mis ropas, en mis labios y mis recuerdos.
La mera aproximación a eso que los dos somos, a eso en lo que devenimos al momento en que nuestras lenguas hacen contacto una con la otra, y sus ataduras se rompen y empieza algo ya fuera de nuestro control, algo que se asemeja más al clamor de una deidad que al abrazo mortal, la mera aproximación a eso me entierra un gigantesco puñal por todo el cuerpo, me hace desearte instantáneamente y como un orate y me arroja a la impotencia de no poder de hacerlo. De tenerte sólo como esa ausencia frente a la que me enfrento, ahora con los brazos caídos y en espera del golpe de gracia, sólo como esa ausencia que se hace presente en la mutilación de mi cuerpo y mi mente, esa ausencia que sólo me queda trocar en esperanza de su propio fin.
martes, octubre 14, 2008
Paraiso Perdido (o el conflicto de las puertas)
Bastaron un par de minutos para que apareciera Gonzalo, de trece años y Pepe, cinco años mayor. Traían sonrisas grandes y un paquete de cigarrillos que compartieron en ese momento.
El plan era reunirse con tres muchachas de los alrededores y acompañarlas con un par de cajas de vino. Sólo Pepe las conocía y se encargaba de exaltar sus virtudes femeninas. Advertía que una de ellas sólo poseía una discreta sensualidad pero que la suerte y el talento decidirían por ellos quién se quedaría con quien.
Se dirigieron primero a la botillería. La más conveniente estaba llegando a avenida Matta, en territorios de una pandilla a la que de ninguna forma podrían enfrentar, pero la noche estaba para cosas grandes así que decidieron tomar el riesgo. Afortunadamente no tuvieron inconvenientes. A lo lejos vieron un enfrentamiento entre un grupo de jóvenes y apuraron el paso, pero ya nadie podría alcanzarlos.
Pasada media hora llegaron al edificio de las chicas. Se hicieron las presentaciones y supieron que debían llamarlas Morena, Claudia y China. La última era la menos agraciada y pareció prenderse inmediatamente de Gonzalo, quien tenía la fama del más apuesto. Las otras parecían tímidas pero tenían la voluptuosa mirada de quien ya se adivina mujer, y el cuerpo para legitimarlo.
Estaban decididos a reunirse en una plaza si no aparecía la casa de alguien, pero la suerte les hizo de esos regalos que nunca terminan de creerse: descendiendo desde el departamento de una de las chicas, encontraron uno con la puerta en condiciones que les extrañaron. Uno de ellos se acercó y con un simple impulso logró abrirla. El lugar estaba inhabitado y carecía de mueble o servicio básico alguno.
Eufóricos ingresaron. Riendo descontroladamente al punto de lanzarse al suelo. Aseguraron la puerta lo mejor que pudieron y empezaron a abrir las cajas de vino bajo la luz tenue de sus cigarrillos encendidos. Varios litros y cajetillas más adelante, se animaron a jugar esas excusas para terminar besándose sin control ni compromisos. Primero retraídamente iban quedándose más tiempo de lo normal en los ojos del otro, la duración de los besos iba creciendo exponencialmente y comenzaban a utilizar la imaginación excitada por la gran casa vacía para repartirse por las habitaciones. Gonzalo y China ya rodaban por el piso del living sin preocuparse por nada, perdiendo prenda tras prenda. Claudia y Pepe se besaban aletargados en la cadencia dulce del vino, rodeados por las cajas vacías. El otro y la Morena tenían sus cuerpos y bocas unidos en un abrazo brioso sobre el asiento del baño.
La noche transcurrió lenta y les dio tiempo a todos para separarse antes del amanecer. Sin un beso o siquiera una mirada distinta de la que se dieron al conocerse, volvieron presurosos a sus respectivos hogares.
Él subió casi corriendo las escaleras de su edificio, emocionado por los hechos recientes. Se plantó frente a la puerta y metió las manos en sus bolsillos. Fue ahí donde la fatalidad lo alcanzó: en sus bolsillos halló apenas el escrito desvencijado de Milton. Ni rastros de las llaves, tampoco dinero alguno. Su padre tampoco despertó por más fuerte que golpeara
El manojo que abría su puerta jamás lo volvió a ver, tampoco a la Morena o a ese departamento de fantasía. Durmió esa noche arrojado en las escaleras y leyendo el poemario, antes de dormirse alcanzó a terminar un fragmento: “Aquellas llamas no despedían luz alguna; pero las tinieblas visibles servían tan sólo para descubrir cuadros de horror, regiones de pesares, oscuridad dolorosa, en donde la paz y el reposo no pueden habitar jamás, en donde no penetra ni aun la esperanza.” Se cerraron sus ojos y ahí quedó.
viernes, octubre 10, 2008
Cartografía del tropiezo
viernes, octubre 03, 2008
Te canto, te canto, te canto; te aúllo en la pretensión de devenir presencia y tenerte enfrentándome, y deslizar esta mano ulcerada por los carmines de tu boca, y atraerte a mi pecho plateado que es mar, anudarte en mi dedo meñique que es tiempo, empaparte en la imposibilidad del llanto que es la carne que se me escapa y que por ti expando por mi casa y por mis campos; por ti, por ti, canto, me arranco los párpados y las uñas, las arrojo a un costado de las vías del tren y me afronto desnudo a tus manos; las defino egoístamente, las dibujo presuntuosamente, las beso… atrevidamente para que de ellas solo puedas sacarte en mi.
jueves, agosto 21, 2008
Creación
----Faust
martes, junio 03, 2008
Forclusión
De cualquier forma, el frío de hoy es increiblemente agradable y solo me dan ganas de vivir sobre un arbol y esperar.
Pero qué y porqué?
Porqué motivo el remolino incipiente de ideas y sensaciones se agolpa y enmaraña en algo que creo podría interpretarse como abertura a lo cotidiando, como praxis inevitable, como tajo innominable en la sádica y maquiavelica forma de girar de la bendita rueda infinita, de la malsana serpiente cíclica que nos envuelve de una u otra forma en el pensar i/lógico, que nos termina separando de la paradoja, de la afirmación de ambos términos a la vez, de el "tirar" hacia dos lados al mismo tiempo sin miramiento ni contemplaciones que escapen al impulso mismo, al "ello" como sapiencia, orden formal y agente del correlato mimético del ego-yo (Un mellizo preñado de delirio. El día y la noche.), como desorden estructural y dislocación de los enunciados? Es como si el mensaje que envio y el trasfondo del mismo se fundieran para formarse en algo que realmente no es, como si las particulas entre los 2 interlocutores estubieran manchadas de algo que no puedo definir, de algo que no debe ser definido pero que hace tanta falta.
La verdad ya no sé si realmente no sé, la realidad se me deforma de cuando en cuando como si centenares de prismas me atacaran malintencionadamente... saber o no saber... ya no sé si ese es el dilema o todo pasa por algo mucho más orgánico, algo con mucho más sabor a manjar y a mermelada de frambuesa, a baba de caracol en la hoja o a la hoja y la baba y el caracol como un ente único, inseparable, como si no pudiera vislumbrarse algo sin lo otro y cualquier cambio en el fondo o la superficie o el grueso de la estructura mandara todo inmediatamente abajo, a cuajarse en quién sabe qué dilema o alegría...
Sabrás tú?
miércoles, mayo 14, 2008
Lo real
Antes solía asegurar que mi deseo de trascendencia era nulo. Que la imposibilidad de no existir, de no ser en un futuro, volvía baladí el deseo de transgresión de la órbita propia. Sólo el reconocimiento y engrandecimiento del self serviría a los motivos de "llegar a ser el que se es", la aspiración de trascendencia a nivel histórico, exterior, sólo era una expresión deleznable de un egotismo infinito, a la vez una replicación de los deseos de superación de la imagen paterna mediante la construcción de un yo idealizado y puesto en escena como un símbolo, reemplazando la realidad personal invariablemente dirigida a la muerte y el olvido. (cuando hablo de la imposibilidad de no existir, lo digo casi desde un punto de vista físico, a la manera de "La Nausea" de Sartre)
Las culturas occidentales son las únicas en las que el yo permanece como parte importante de la realidad, la ecuación chomskyana del sintagma nominal+sintagma verbal+objeto resultando en la diferenciación figura/fondo, la puesta en crisis de la realidad para la aparición del yo, brotando desde la superficie en tensión e intentando dominarla. El induísmo ni siquiera tiene un vocabulario para referirse al yo, para nombrar el sujeto se debe recurrir a 6 sujetos distintos, el Kartr como soporte, Karman como objetivo, Karana como instrumento que lleva al resultado, Sampradaña como destinatario al que se liga el objetivo, Apadana como origen y Adhikarana como locación. Todo eso es reemplazado en el egocentrismo occidental por un YO, gigante, aplastante. ¿Será entonces necesario un desplazamiento del deseo de trascendencia desde el yo-sobrevivo hacia el yo-hago-sobrevivir?
Al eliminar el yo de la trascendencia lo que supera las barreras es superior a él, es una sustancia más pura y libre, puede juguetear con los albores de la creación y la poesía sin ataduras mortales, sin lastres humanos, sin cadáveres, cáscaras de un self inutilizado por la influencia de lo real, de la razón, de la ciencia, de la palabra. Pero eliminar el yo ¿En qué medida es posible?
Artaud ya lo intentó con el renacimiento, la elección del momento de nacer, del nombre, del padre, del cuerpo, de la familia. Pero necesitó suicidarse para hacerlo, inmolarse en el opio, la locura, la crueldad y finalmente se estrelló contra la pared de su individuo, despertando la misericordia de los cuerdos en una actuación final formidablemente terrible, donde bajó del dios-mago, del loco-genio a la decrepitud del anciano adicto y neurótico. El suicidio de la imagen por la prolongación de la obra, el renacimiento elegido para poseer la muerte, morir para que la obra renazca a su elección. Es entregar la vida, más bien es crearla a partir del suicidio. Expresión más pura y bella de la facultad creativa del caos y la destrucción.
Aun si llego a esa respuesta no puedo dar pasos seguros. La creación de un objeto artístico autónomo mediante la vía del suicidio es un acto final, un cierre a la existencia. Para poder expresar lo que vivo día a día necesito ser, al menos, el receptáculo de las experiencias. Jamás renunciaría a vivir, mi existencia es demasiado grande y mágica y hermosa como para acabarla en un objeto, como para expresarla en palabras. Hay estados de tal paroxismo poético con Daniela que no podemos sino llorar de felicidad, darnos de golpes contra las paredes y abrazarnos hasta enrojecer. A veces creo que debemos matarnos el uno al otro, que no hay en la vida algo tan grande como para equipararlo y nombrarlo en relación a esto, no hay metáfora posible; el signo se escapa, sólo se adquiere mediante intuición, es como un bosque lleno de ojos nocturnos, es la noche estrellada de Chesterton, un tótem simbólico que no remite a ninguna figura psicoanalítica, es vivir, vivir totalmente liberados, sonrientes, peligrosos, lejos de la realidad, en un estado mental alienado, maravillozo, surreal.
¿Podemos volverlo real por la palabra? ¿Debemos?
Un sueño: La intensidad que te ilumina al abrir los ojos tiene matices azules, suaves, penetrantes que parecen nacer desde el cuerpo nimbado en el que te ves habitando. El lejano viento juega presuroso con la cabellera, que recien reconoces y ya comienzas a extrañar, con la certeza lúcida del que conoce su futuro por un método incógnito. Tus extremidades, como infinitas sábanas agitadas por el tiempo, se extienden fuera de tu control recorriendo campiñas y bosques, sumergiendose en el mar para coquetear con las silentes anémonas, escondiéndose detrás de las rocas para meter de sorpresa sus dedos en las bocas de los delfines, emergiendo de un salto hacia el cielo para refrescarse con el aleteo del sol en sus cuerpos níveos. Tus ojos, ahora perdiendo la transparencia que los fundía con el índigo, se empecinan, un poco a regañadientes, en crear las murallas que acortan tus miradas, definiendo los hilos que se pegan a tu cuerpo y se tiñen de carmín, de ocre, de glauco en la consciencia del color que refleja el destello encegecedor del sol.
viernes, abril 25, 2008
Servicio de Urgencias de la Universidad de Chile
Dos filas nacen desde las ventanillas empotradas en una esquina y terminan a una distancia de diez personas más allá. La atención es por orden de llegada repite al mismo ritmo de la impresora una señorita de verde. Las palabras chocan con los ojos de los pacientes que se saben últimos y que intentan no escuchar, los otros los levantan como si se arremangaran las camisas y comienzan ya a ser parte de otro grupo, del mundo al otro lado de la puerta de espera.
Una anciana cuenta animada a una joven rendida que la juventud ya no respeta, que los viejos saben tanto y que ella cuando joven tampoco lo creía, pero que la vida se lo había mostrado tantas veces ya; que le contara no más sus problemas, ella era una tumba y además tenía Alzheimer, asimismo era tan vieja y honesta y buena. La joven se viste con una sonrisa de hastío, abandona el cuaderno en el asiento de al lado junto con sus esperanzas de seguir estudiando, y se pone a contarle lo del dolor de cabeza y el stress. El cuadro es casi una caricatura.
Cruzando el delgado pasillo que separa a los adultos de los niños el silencio es mayor. Aquí la impresora y la señorita de verde apenas se escuchan, las madres mantienen a sus hijos bien pegados al cuerpo, contemplándolos con ternura como si replicaran algún lienzo de Rafael. De pronto alguna siente la necesidad de hacer un comentario y las voces de todas comienzan a sumarse y el clamor a crecer, algunos niños en ese momento se arrojan al piso, libres ya del abrazo amoroso y empiezan a caminar, a entablar relaciones fugaces con los que comparten sus dolencias, mientras los mas enfermos se alojan aún en los regazos tibios y miran el acto con desconfianza y cierta envidia.
Una señora se levanta de su asiento cuando en su rostro lo que se eleva es la indignación. Camina decidida y golpea una puerta con su retoño de la mano; el niño no tiene más de dos años, lleva un gran parche blanco en la cabeza y un rostro entre curioso y aburrido. La mujer que aparece por la puerta está bien vestida y se identifica como la asistente del pediatra. La señora con el niño del parche le explica que la semana pasada pago cuarenta y cinco mil pesos para ponerle un pegamento a la herida de su hijo y mire ahora como está de abierta. La asistente le cuenta con frialdad que la opción es volver a realizar el procedimiento pero que tiene que pagar nuevamente. La señora ya desesperanzada parece que está entre llorar y gritar porque cómo va a pagar eso, que ella no tiene, no alcanza, no puede.
Los clamores del resto se callan por un instante, las miradas se posan en la escena mientras las manos dan la impresión de apoyarse en los hombros y la sala completa se suma en silencio al reclamo, hasta la impresora parece haberse trancado por un segundo. La asistente bien vestida parece disminuirse y apagarse de a poco. Da media vuelta rápido y dice que ya, que pase no más, veamos con el doctor qué podemos hacer. Las conversaciones se reaniman como si nada hubiera pasado, hasta con un poco de recelo por la señora que entró antes que ellas, porque en este país nunca nadie escucha con querer y nadie siente pena por el que ya cruzó por la puerta. Al otro extremo del pasillo la impresora seguía en el mismo tono, en el mismo ritmo y la señora del Alzheimer comenzaba su historia nuevamente, en el mismo tono, en el mismo ritmo.
sábado, abril 19, 2008
Las palabras, nuevamente...
.. Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan... Me prosterno ante ellas... Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito... amo tanto las palabras... Las inesperadas... Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen... Vocablos amados... Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío... Persigo algunas palabras... Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema... Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto... Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola...Todo está en la palabra... Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció. Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces... Son antiquísimas y recientísimas... Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada...
tal vez...
martes, abril 15, 2008
Portishead
miércoles, abril 09, 2008
Moral
Esto se conoce como "Moral".
La moral es una mera superchería estética, casi un juego paralogístico y subrepticio de mentes deseosas de una apología facilista en la cual ensalzar sus miedos como triunfos. Por supuesto, no intento una generalidad banal que al fin y al cabo terminaría siendo lo que acusa; sólo representativamente me refiero al concepto que tal vez termine advirtiéndose mejor en algún lenguaje de la tierra, en algún símbolo vetusto que pueda llegarnos por osmosis; como el caminar distinguido de un petirrojo en cortejo, las caras desahuciadas de sí mismas de los asistentes a un funeral o esa melancolía llana y vasta que encharca los espíritus al término de un proceso cualquiera; el resumen, el ápice vertiginoso, la mismidad del asunto de la moral se refleja en las máscaras terroríficas que danzan, como en un juego, asidas de sus extremidades, bamboleándose al vaivén de una música secreta y voluptuosa que termina estructurando un gran teatro flotante, una nube onírica en la que el deleite trascendental es la omisión. La omisión, el fragor dulce de la guerra de quimeras, la sensualidad irresistible de esos trajes que descubren los senos desnudos, los vientres, los muslos blancos y provocativos sólo con el objeto de ocultar el trasfondo; la verdad inalienable del corazón desnudo, cruel y sangriento; la paranoia imparable, el deseo como motor intransigente y omnipotente y neurotizante de una humanidad demasiado carne, demasiado humana para jugar juegos de deidades: nominalismo barato y expreso. Verdad sin verdades soportada por nuestra asquerosa compasión sin verdades. Omisión, fragor, sexo y carne; crueldad, hipocresía, neurotismo y sangre. Insoportable, desquiciante, deliciosa levedad del espíritu. Martilleo incansable de un Dios en un espacio imposible. Hermosura de heces con propiedades fálicas, con sensaciones de cráneos separándose en apologías insufribles de discursos con olor a jazmines. Oh dulce verdad inalcanzable, humanidad insurrecta y apopléjica de sonrisas y llantos. Me empapo de tus aguas enlodadas de animales putrefactos, te beso en la boca de dientes cariados y nauseabundos, abrazo tus extremidades de palo ya mutiladas, acaricio tu sexo enfermo y disfrazado. Todo lo que eres soy, todo lo que somos pretendo.
Hipocrecía
La pregunta por el sentido vuelve una y otra vez, rezongando siempre y exigiendo una atención difícil de otorgarle, difícil de no... Y es ahí donde aparece el giro secreto y la homologación de los papeles, el algebra se revienta en una furia infranqueable como si de esfera sin superficie se tratara, es entonces, en aquel punto, en la perdida del sentido por la búsqueda del sentido, en esa cima que gusta desaparecer cuando se la alcanza, esa cima que corona una montaña imaginaria apoyada en el mundo no más real, cuando te desollas la cabeza en furia y desespero, porque ves que el piso desaparece bajo tus pies cuando intentabas aprehender sus formas, ves la maraña de identidades que llamamos realidad como un dibujo de niños en tu cabeza y la simpleza se vuelve de golpe inexpresable, y la palabra te pone (riendo) un bozal de perlas, y no te queda mas que cerrar los ojos y avanzar de memoria los caminos ya conocidos, escuchar por costumbre las cigarras en su baile infinito, los gemidos sin fuente ni intención reconocible, poco a poco ir dibujando un mundo que dibuje una realidad que te dibuje a ti mismo. Para por fin atreverte a abrir los ojos y, porque no, sonreír.